En ese momento, el hombre terminó de quitarse la última de sus ropas, sus movimientos lentos, deliberados, como si estuviera saboreando el miedo espeso en el aire.
Entonces Valentina cerró los ojos por un momento, obligándose a despertar de esta pesadilla. Pero cuando los abrió, la realidad seguía allí, cruel y presionándola como una piedra pesada.
La voz del líder cortó a través de la habitación, áspera y llena de burla.
—Sé una buena chica —dijo, con una sonrisa amplia y repugnante—. Si te portas bien, no será tan duro contigo. Pero si luchas... —Se inclinó más cerca, su aliento nauseabundo contra su piel—. Me aseguraré de que ni siquiera puedas volver a caminar.
El cuerpo de Valentina temblaba incontrolablemente. La amenaza no era vacía. Podía verlo en sus ojos—el brillo muerto y despiadado que prometía que hablaba en serio.