Melanie miró fijamente al hombre que estaba recostado en la cama, riéndose a carcajadas como si esto fuera lo más divertido que hubiera presenciado jamás. Ella frunció el ceño, marchó hacia él y le clavó un dedo en el hombro mientras le acusaba:
—Todo esto es por tu culpa.
Por alguna razón, esas palabras le hicieron reír más fuerte mientras caía de espaldas en la cama, ahora desparramándose sobre las almohadas. Lo absurdo de la situación le tenía muerto de risa. Melanie simplemente se quedó allí, con los brazos cruzados, observándolo con una mezcla de exasperación y diversión reluctante. Bueno, el hombre tenía una risa contagiosa. Podía sentir cómo las comisuras de sus labios temblaban a pesar de sí misma, pero logró contenerse, enderezando su postura mientras lo fulminaba con la mirada.
—Me alegra tanto que te parezca gracioso —dijo secamente—. Si no hubieras insistido en intercambiar las habitaciones, yo estaría durmiendo tan plácidamente en este momento...