Todos habían venido por una primicia, pero lo que obtuvieron en su lugar fueron camiones llenos de helado. Noticias derritiéndose, sustanciosas y dignas de titulares que alimentarían sus columnas y blogs durante días, quizás semanas. No era solo un escándalo, era una tormenta mediática en toda regla, completa con confesiones, pruebas de audio y un desmoronamiento público que nadie había anticipado.
Mientras la sala de conferencias estallaba en frenesí —voces chocando, cámaras destellando, reporteros gritando preguntas unos sobre otros— Melanie bajó del escenario. Como alguien que acababa de terminar lo que vino a hacer, no miró atrás. Ni siquiera esperó para responder una pregunta. Y extrañamente, nadie la detuvo. Todos estaban demasiado atónitos.