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—¿Qué quieres decir con que Adam está en el hospital? ¡Se suponía que debía estar en prisión! —Sir Robert Collins golpeó con el puño cerrado contra la superficie pulida de su escritorio, su voz un gruñido bajo de furia mientras el informe crepitaba a través del teléfono.
Esto era inaceptable. Les habían asignado dos tareas simples. ¡Dos! Y sin embargo, ambas habían sido estropeadas más allá del reconocimiento. Primero, se suponía que debían encontrar al niño y hacer los arreglos para que se lo trajeran. Y segundo, eliminar a Saira y culpar tanto a Adam como a Melanie por su asesinato. Esa parte, al menos en la superficie, había salido según lo planeado. Saira estaba muerta. Pero la segunda parte de la tarea —la que más le importaba— había terminado en un completo fracaso.
El niño seguía desaparecido, esfumado sin dejar rastro, y nadie podía decirle cómo ni por qué.