Muerte

Patrick Collins estaba sentado en silencio en la gran mansión Collins, callado como siempre. Miraba fijamente sus informes dispersos y dejó escapar un largo y cansado suspiro. No necesitaba que un médico se lo dijera: la muerte estaba cerca. Podía sentirla acercándose, sorda y certera, instalándose en sus extremidades y robándole la fuerza. La pérdida de movimiento ya no era ocasional; persistía. Simplemente estar sentado así lo agotaba, como si la gravedad se hubiera duplicado solo para él.

Lentamente, con esfuerzo, movió sus manos temblorosas y alcanzó la pequeña píldora blanca sobre la mesa. La colocó en su lengua y la tragó. El médico ya le había regañado —más de una vez— por continuar con los esteroides. Le daban energía, un breve destello de vida, pero era un intercambio cruel. Las mismas píldoras que le ayudaban a moverse también alimentaban los síntomas, empujándolo más hacia lo inevitable. Aun así, las tomaba. ¿Qué otra opción tenía?