—No sé cómo me siento —dijo Adam mientras regresaba del entierro, quitándose algo de tierra de la manga como si pudiera distraerlo de todo lo demás.
—No tienes que saberlo —respondió Melanie—. No necesitas ponerle un nombre. Si estás triste, siente la tristeza. Si estás aliviado, siente eso. No tienes que explicar nada, ni siquiera a ti mismo.
Adam se rascó la barbilla e inclinó la cabeza.
—¿Y si me siento excitado?
Melanie había estado caminando hacia él, tal vez para ofrecerle un abrazo o simplemente estar cerca, pero se detuvo en seco. Luego, con un movimiento casi cómico, retrocedió un paso completo como si el suelo se hubiera vuelto ardiente.
Adam comenzó a reír.
—Eres demasiado fácil de engañar, Melón. Fue demasiado fácil.