Adam se sentía como un colegial esperando una palmadita en la espalda de su profesora favorita. Había imaginado decirle la verdad tantas veces: revelar quién era realmente, lo que había estado construyendo entre bastidores. Una parte de él había querido compartirlo con ella, desesperadamente. Pero algo siempre lo había detenido. Tal vez era miedo. Tal vez era orgullo. Tal vez no estaba listo para ver cómo reaccionaría.
Y ahora que ella lo sabía... ahora que la verdad había salido a la luz, se sentía extrañamente preocupado.
Pero al menos ahora, finalmente podían estar en igualdad de condiciones. Ya no necesitaba fingir más: que era indiferente, incapaz o desinteresado. Ella ahora lo sabía. Todo. El heredero inútil con quien se había casado no era inútil en absoluto. No se había casado con ella por la herencia.