Sarah
Decido quedarme en casa por el día. Después de lo de anoche, ir al trabajo era lo último en mi mente. Me pongo una camisa de manga larga para que Marishka no vea mis heridas y se preocupe, luego bajo a desayunar.
Al entrar en el comedor, el aroma de café recién hecho y tostadas calientes llena el aire.
Por un momento, me permito fingir que todo es normal. Que lo de anoche no sucedió.
Pero el dolor en mi cuerpo me dice lo contrario.
—Buenos días —digo, manteniendo mi voz ligera mientras saco una silla.
Marishka se gira, sus ojos agudos escaneándome como siempre lo hacen. No se le escapa mucho.
—Te has levantado tarde —observa, colocando un plato de comida frente a mí—. ¿No vas a trabajar?
Niego con la cabeza, tomando mi tenedor. —Me tomo el día libre. No dormí bien.
Su mirada se detiene en mí un segundo más de lo normal, pero no insiste. En cambio, se desliza en la silla frente a mí, acunando su taza de café entre las manos.