Pánico

Sarah

No puedo respirar.

La oscuridad me traga por completo, presionando contra mi piel y arrastrándose dentro de mis pulmones. Mis dedos tiemblan mientras golpeo la puerta, mi voz quebrándose.

—¡Matthew! ¡Por favor, por favor abre la puerta!

Sin respuesta.

La opresión en mi pecho se extiende, se constriñe. Mis pulmones se sienten encogidos, incapaces de tomar suficiente aire. Me desplomo de rodillas, con la espalda contra la puerta, tratando de recordar los ejercicios de respiración que mi terapeuta me enseñó hace años.

Inhala por cuatro. Mantén por siete. Exhala por ocho.

—Ayuda —intento gritar, pero sale como un susurro.

Cierro los ojos con fuerza, pero la oscuridad detrás de mis párpados es la misma que la oscuridad del sótano. No hay escapatoria.

—Matthew —llamo de nuevo, pero mi voz se quiebra al pronunciar su nombre.

—¡Matthew, lo siento! ¡Lo siento! ¡Solo... solo déjame salir!