Ana entró a la oficina con paso firme, su postura rígida, su expresión fría. —¿Qué tienes que decir?
Los ojos penetrantes de Denis escudriñaron su rostro, buscando cualquier señal de nerviosismo, arrepentimiento o, al menos, desamparo. Quería verla derrumbarse, admitir la derrota, suplicar su perdón. Quería que ella estuviera ante él, vulnerable, necesitándolo.
Pero en cambio, ella estaba allí—orgullosa, inflexible, como si no lo necesitara en absoluto. Cuanto más lo desafiaba, más furioso se ponía él. Sus dedos se cerraron en puños debajo de la mesa.
—¿Dónde está el informe? —ladró con irritación—. La reunión está por comenzar. Los inversores principales llegarán en cualquier momento. ¿Qué esperas que diga? ¿Que mi secretaria olvidó guardar el archivo?
Resopló con desdén, su mirada penetrante. —¿Es eso lo que quieres? ¿Humillarme frente a ellos?