Audrey se había ido después de recibir una llamada telefónica.
Ana se movió inquieta, ansiosa por marcharse, pero Agustín insistía. Mientras paseaban por las elegantes exhibiciones, Ana contempló la deslumbrante variedad de vestidos—cada uno una obra maestra. Sin embargo, su apreciación estaba nublada por una sensación de incomodidad. Sabía que estos vestidos tenían precios exorbitantes, muy por encima de lo que ella estaba dispuesta a gastar.
Entonces, entre la brillante colección, un vestido plateado captó su atención. Era impresionante—elegante, adornado con intrincadas cuentas que brillaban como polvo de estrellas bajo las luces. No pudo evitar extender la mano, sus dedos rozando la delicada tela. Pero en el momento en que vio la etiqueta del precio, se estremeció y retiró la mano.
La cantidad escrita en la etiqueta le revolvió el estómago.
Agustín notó cada reacción. Dio un paso más cerca.
—¿Te gusta este vestido?
Ana negó con la cabeza casi inmediatamente.