Al día siguiente…
Ana se despertó sobresaltada, una sensación pulsante en su cabeza la hizo estremecerse. Se sentía como si alguien estuviera golpeando implacablemente contra su cráneo. Gimió suavemente, frotándose la frente mientras sus ojos se abrían lentamente.
Sus movimientos se detuvieron repentinamente cuando notó a Agustín acostado a su lado, con el brazo sobre su cuerpo.
«¿Qué está haciendo aquí?», se preguntó, con la confusión arremolinándose en su mente.
Sus ojos abiertos se movieron hacia abajo y se fijaron en su pecho desnudo. Su corazón se precipitó hacia su estómago.
Tan concentrada estaba en reconstruir los eventos de la noche anterior que momentáneamente olvidó su punzante dolor de cabeza.
En ese momento, los ojos de Agustín se abrieron perezosamente y la vio mirándolo. Una lenta sonrisa se extendió por sus labios. —Buenos días.