La agonía de Ana

Agustín sintió una punzada en el corazón mientras la veía llorar. Entendía lo difícil que había sido la vida para ella. Desde muy joven, había soportado inmensas dificultades.

Sus propios ojos se humedecieron, y aunque anhelaba consolarla, prometerle que siempre la protegería, las palabras no le salían.

Su garganta se tensó. En su lugar, la rodeó con un brazo, atrayéndola hacia él.

Ana se apoyó contra él. —Siempre pensé que mientras Papá estuviera aquí, podría soportarlo todo. Podría ignorar el dolor y seguir sonriendo por él. Pero ahora, viéndolo así... Y con el resentimiento de mi madre hacia mí creciendo cada vez más, no sé cómo continuar.

—Shh... —susurró él, secando suavemente sus lágrimas y levantando su barbilla—. No vuelvas allí, sin importar lo que digan. No es seguro.

Ana asintió ligeramente. Desde que su padre había caído en coma, había comenzado a distanciarse. Ahora, era momento de cortar lazos completamente.

—Solo quiero que Papá despierte pronto —murmuró.