Alérgico a los mariscos

Para cuando Agustín emergió y entró al comedor, el rico aroma de comida recién preparada llenaba el aire. Ana había dispuesto los platos con cuidado, y la vista de la abundante comida lo hizo detenerse.

En el centro de la mesa había una langosta al ajillo con mantequilla, brillando bajo las luces cálidas y luciendo deliciosa. A su lado, un plato de camarones salteados picantes, un tazón de pasta de pollo con crema de ajo y parmesano, y una guarnición de esponjoso arroz de coco complementaban la presentación.

Una vibrante ensalada de jardín, con lechuga crujiente, jugosos tomates cherry, pepinos finamente rebanados y pimientos dulces, añadía un toque fresco al festín.

Ana sonrió radiante al notar su reacción. —No estaba segura de qué te gustaba, así que preparé tanto pollo como mariscos —dijo, con los ojos brillantes de emoción—. Espero que lo disfrutes.

Agustín dudó por una fracción de segundo. «Ella no sabe que soy alérgico a los mariscos».