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Entraron en la habitación, y Agustín se acomodó en la cama, recostándose contra el cabecero. Ana se sentó a su lado, pelando silenciosamente una manzana. No hablaba ni sonreía, su atención completamente centrada en la tarea que tenía entre manos.
Observándola en silencio, Agustín sintió una creciente inquietud. Parecía que ella aún no lo había perdonado. Pero no era solo eso—todavía había muchas cosas que le había ocultado. Si ella descubriera la verdad sobre su verdadera identidad por boca de otra persona, el dolor y la decepción serían aún más profundos. Mantener secretos con ella ya no era una opción.
—Sigues molesta conmigo —murmuró Agustín con cautela.
Ana negó lentamente con la cabeza.
—Lo estaba, pero ya te disculpaste. ¿Cómo podría seguir enfadada contigo?
Un silencioso suspiro de alivio escapó de Agustín.