Los rumores en la oficina

Al día siguiente…

Cuando Ana despertó, el espacio a su lado estaba vacío. Agustín ya se había ido. Sus ojos se posaron en una nota cuidadosamente doblada sobre la almohada.

«Buenos días, hermosa. Lamento haber tenido que irme temprano. Te veías tan tranquila durmiendo; no tuve el corazón para despertarte. Duerme un poco más. Cuando estés lista, toma un baño y desayuna».

Una suave sonrisa se dibujó en sus labios mientras miraba la pequeña bandeja que esperaba en la mesita de noche —tostadas doradas ordenadas pulcramente, una carita sonriente dibujada con salsa de tomate en una rebanada, y un vaso de jugo que captaba la luz de la mañana.

—Siempre sabes cómo hacerme sonreír —murmuró mientras dejaba la nota a un lado.