La mandíbula de Agustín se tensó y relajó en rápida sucesión, la tormenta en sus ojos revelando la batalla que se libraba en su interior. Un recuerdo de su conversación con su abuelo emergió.
Los Beaumonts tenían influencia sobre toda la ciudad—todos lo sabían. Si querían que algo se hiciera, las puertas se abrían sin cuestionar. De repente tenía sentido cómo Megan había conseguido el puesto tan rápido. No se trataba de mérito. Se trataba de conexiones.
Se volvió hacia Ana, con desesperación grabada en cada línea de su rostro. —Ana, por favor créeme. No tuve nada que ver con que Megan se uniera a la empresa. Ella no es mi prometida. Ya le dejé claro al Abuelo—solo tengo una mujer en mi corazón, y esa eres tú.
Su voz se quebró ligeramente. —Te llevaré a la mansión familiar. Quiero que lo conozcas y recibas su bendición como mi esposa. Nadie—ni siquiera él puede decidir mi futuro por mí.