En la mansión…
La atmósfera estaba cargada de un silencio intimidante. Ana entró por la puerta, su mirada cayendo inmediatamente sobre Dimitri, quien estaba sentado rígidamente en el gran sofá de cuero. Sus ojos agudos y penetrantes se fijaron en ella, su expresión tan severa como la de un juez preparándose para dictar sentencia.
Ana sintió un escalofrío recorrer su columna. Sus piernas amenazaban con doblarse bajo el peso de su mirada. Pero reuniendo su compostura, esbozó una sonrisa educada en su rostro y caminó hacia él.
—Buenas noches, Abuelo —saludó calurosamente, con el corazón golpeando contra su caja torácica.
Dimitri no le devolvió la sonrisa. En cambio, dio un breve asentimiento y señaló el asiento a su lado. —Siéntate.
Ana se posó en el sofá mientras intentaba estabilizar su respiración. Sus palmas presionaban ligeramente contra sus rodillas, tratando de ocultar su leve temblor.