Eran las diez y media de la noche, pero Agustín aún no había regresado a casa. Ana apenas podía contener su paciencia. Hasta ahora, no lo había llamado porque no quería molestarlo en el trabajo. Pero a medida que avanzaba la noche, su inquietud se intensificaba.
No podía estar en la oficina. Cuando este pensamiento surgió en su mente, comenzó a preocuparse.
«¿Le habrá pasado algo?», reflexionó.
Sin poder contenerse más, marcó su número. El teléfono sonó, pero nadie contestó.
La preocupación de Ana se convirtió en miedo. «¿Dónde está? ¿Por qué no contesta mi llamada?»
Estaba a punto de marcar su número nuevamente cuando el timbre de la puerta sonó con fuerza. Saltó, sobresaltada, casi dejando caer el teléfono de sus manos.
Con el corazón acelerado, Ana corrió a abrir la puerta. La escena que vio la dejó atónita. Agustín estaba allí, apoyado en Gustave. El fuerte olor a alcohol invadió sus fosas nasales.