Mientras continuaban por el pasillo, los sonidos de charlas y música del gran salón se desvanecieron en un murmullo distante. Solo sus pasos resonaban contra el suelo de mármol. El pasillo se extendía ante ellos, tenue y estéril, con el ocasional parpadeo de una bombilla en el techo.
La inquietud de Ana se intensificó. Disminuyó ligeramente el paso y miró por encima del hombro. El corredor detrás de ellos estaba vacío y silencioso.
—¿Dónde está el cuarto de herramientas? —preguntó.
—Justo al final —respondió el hombre, sin mirarla a los ojos.
Los dedos de Ana se aferraron a la tela de su vestido mientras un escalofrío recorría su espalda. La luz sobre ellos zumbó, luego parpadeó de nuevo de manera inquietante.
Llegaron a una pesada puerta escondida al final del pasillo. El hombre la empujó apenas una rendija y le indicó que entrara.