Dentro de la opulenta sala de estar...
Una inquietante quietud impregnaba el aire como una tormenta a punto de estallar. Dimitri permanecía inmóvil, su mirada fija en Agustín y Ana con una expresión que era parte incredulidad, parte acusación.
Por fin rompió el silencio. —Sabías que Tania estaba mintiendo todo el tiempo. Y elegiste no decírnoslo. —Sus ojos se entrecerraron con sospecha mientras se concentraba en Agustín—. No me digas que esto no fue orquestado. Esperaste a propósito la fiesta de esta noche, solo para arrastrar a Denis y Gabriel por el lodo.
Ana giró la cabeza y miró a Agustín, solo para encontrar sus labios curvándose ligeramente en las comisuras. De hecho, una parte de ella se había preguntado lo mismo. Había cuestionado a Agustín muchas veces sobre cuándo revelaría la verdad. Y cada vez, él simplemente le había dicho que esperara y que el momento adecuado llegaría.