Ana lo miró, sorprendida. No había imaginado que Dimitri hubiera pensado en regalarle algo. Sus dedos temblaron ligeramente mientras abría la caja.
Dentro había un hermoso brazalete de jade verde-turquesa. Era claramente valioso, posiblemente antiguo.
Se le cortó la respiración. —Esto es... Es demasiado caro —dijo, sobresaltada, y rápidamente cerró la tapa, tratando de devolverlo—. No puedo aceptarlo. Temo que lo romperé.
Pero Dimitri suavemente empujó la caja de vuelta a sus manos, sus dedos envolviendo los de ella. —No. Ahora te pertenece. Compré esto hace años para dárselo a la esposa de Gervis—tu suegra. Pero nunca tuve el valor. Tenía miedo de causar problemas con mi esposa.
La culpa brilló en sus ojos. —No fui un buen padre. No defendí a Gervis. No estuve allí para su esposa cuando necesitaba apoyo. Les fallé. —Su voz se espesó con la edad y el arrepentimiento—. Pero no quiero cometer el mismo error con Agustín. Quiero estar a su lado, y al tuyo, mientras todavía pueda.