Pequeño Lagarto Miró a la Emperatriz y Ganó

—¿Y la opinión de Hao al respecto?

—Estaba dividido a partes iguales.

—Podrías llamarlo cobarde. Un indeciso. Un hombre sin convicciones.

—A él no le importaba.

—A veces era genial. ¿Otras veces? Le hacía cuestionar la trayectoria de la civilización.

—Si hablamos de papas fritas y helado... ¡las papas fritas deben estar crujientes!

—Crujientes. Doradas. Sagradas. Ese perfecto sonido «shkrrrk» cuando las muerdes.

—Porque, ¿papas fritas blandas?

—No. Absolutamente no.

—Las papas fritas blandas sumergidas en helado eran un insulto tanto para las papas como para el helado. Eran el equivalente culinario de los calcetines mojados.

—Como pisar algo húmedo en tu cocina sin saber qué era. Como levantarse de la cama y pisar un suelo frío sin pantuflas.

—Era una ofensa contra el sentido común.

—Contra el Dao de la Dignidad.

—Pero al final, Hao sabía que todo se reducía a una cosa.

—Preferencia.

—A algunos les gustaba lo dulce. A otros lo salado.