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Los clientes entraban, iban directamente a los estantes, agarraban lo que querían, se acercaban a él, y él escaneaba sus productos, recibía sus cristales y les devolvía sus artículos como una especie de... caja registradora humana bien engrasada.
Simple. Repetitivo. Seguro.
Y no se estaba quejando.
Aun así, una cosa lo confundía.
El cajón.
Colocaba los cristales dentro y —puf. Desaparecían.
Cuando cerraba el cajón y lo abría de nuevo, no había nada dentro.
Ni siquiera un destello.
¿Una matriz espacial? ¿Algún tipo de artesanía de alto nivel?
Tal vez ambas. Probablemente ambas. Todo el lugar era demasiado misterioso para juzgarlo con lógica normal.
¿Y la tienda en sí?
No era solo "de alta gama".
Llamarla así se sentía insultante.
Este lugar era exactamente lo que debía ser. Premium. Irrazonable. Y sin embargo, de alguna manera, perfectamente justo.
Cada artículo costaba cristales, claro. Y a primera vista, los precios parecían absurdos.