Él lo intentó

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—¡Mierda! —murmuró el Rey Killian para sus adentros mientras se daba la vuelta, tratando de ocultar sus ojos rojos, garras y colmillos de su esposa—. ¡Elena, tienes que irte ahora!

Por supuesto, ella dudaría. Querría saber por qué. ¡Diablos! No querría irse y por eso seguía allí de pie en la habitación, mirando como una niña aunque pudiera sentir que algo andaba mal.

El Rey Killian mantuvo la cabeza baja, todavía tratando de ocultar sus ojos mientras se daba la vuelta de nuevo, agarraba su capa del sofá y luego la cubría cuidadosamente con ella. —¡Vete! ¡Vete! —gruñó, su tono bestial haciendo que Elena saltara.

Pero Elena era terca, no se movió ya que estaba muy sobresaltada por el repentino comportamiento de Killian. ¿Cómo podría moverse de todos modos cuando un minuto estaba feliz de estar en su antigua habitación y al siguiente, la estaban echando? —¿Killian? —lo llamó suavemente, tratando de calmarlo. ¿Tal vez estaba pasando por algo?