En las afueras de Jiangnan, las olas brillaban en el río azul, extendiéndose por diez millas.
A orillas del Río Qing, había un pabellón para refugiarse de la lluvia.
Hoy, al mediodía, una figura solitaria se encontraba dentro del pabellón, vestida con una túnica larga y con las manos entrelazadas detrás de la espalda. No emanaba ningún aura, pero su presencia era intimidante.
—¡Presidente Fan!
Huo Qingsong corrió sin aliento hacia la escena.
Durante los últimos dos días, había estado corriendo como un lacayo, agotándose casi hasta la muerte cada vez.
Pero no tenía opción, ya que no podía permitirse ofender ni a Xiao Chen ni a Fan Nanxing.
Enviar a otra persona para entregar el mensaje parecía una falta de respeto hacia los dos hombres, y temía provocar su desagrado. Por lo tanto, no tuvo más remedio que encargarse personalmente.
Fan Nanxing se dio la vuelta, vio solo a Huo Qingsong, y su expresión se agrió mientras preguntaba:
—¿Dónde está ese muchacho?