Veinte largos días. Cada hora que pasaba sin una pista de Selena carcomía mi orgullo y avivaba las llamas de mi ira.
Me encontraba en el estudio de mi mansión, con el aire cargado de tensión, mientras revisaba otro informe que confirmaba lo peor: Selena había desaparecido sin dejar rastro. El silencio del fracaso rugía en mis oídos.
—Veinte días, y nada —ladré a los guardias reunidos, mi voz haciendo eco en las paredes de mármol. Sus rostros, demacrados y ansiosos, no ofrecían consuelo alguno.
Un guardia se atrevió a hablar.
—Señor, hemos registrado cada centímetro del lugar, cada habitación oculta, cada pasillo, incluso los terrenos circundantes. Simplemente no hay señal de ella.
Mi frustración explotó.