Traficando Armas

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—Adéle —refunfuñé—. He estado ocupado. Tengo muchas cosas que hacer. —Intenté que no se notara demasiado mi irritación.

—Ahora, ¿dónde está tu padre? Necesito verlo —dije. Ya que la persona que se suponía que debía llevarme hasta él está perdiendo tanto tiempo, mejor le pregunto a otra que pueda saber dónde está.

Adéle se rio suavemente y me rodeó con sus brazos en un rápido abrazo antes de dar un paso atrás con una mirada traviesa en sus ojos.

—Siempre dices que estás ocupado, Gonzalo. Pero nunca te tomas el tiempo para nosotros. Te he echado de menos —dijo.

«Esto no está ayudando». —Estoy seguro de que sabes cuánto odia tu padre que lo hagan esperar —dije mientras retrocedía suavemente.

—Papá te perdonaría si sabe que estás conmigo.

—¿Qué quieres, Adéle? —pregunté, queriendo terminar con esto.

—Deja de actuar como un estirado —dijo con la nariz en alto—. Te prometo que te encantará lo que he planeado hoy. Papá me dijo que vendrías y me puse manos a la obra.