Gonzalo
Estoy sentado en mi oficina, mirando fijamente las pantallas frente a mí, cada una un testimonio de otro día persiguiendo sombras.
El rastro de Selena se ha enfriado, y cada minuto de búsqueda infructuosa solo profundiza mi frustración. Puedo sentir la presión aumentando, y mis pensamientos vuelven en espiral hacia Isabella.
Siento como si le hubiera fallado, fallado a su familia, al no ejecutar la venganza que prometí. La carga de ese fracaso me presiona como un peso de plomo.
Hoy temprano, durante una reunión rutinaria con mis subordinados, perdí el control. Recuerdo el sonido de mi propia voz, dura e implacable, mientras los reprendía por perder incluso el más mínimo detalle que podría haber llevado a un avance.
—¿Cuántas veces tengo que decírselo? —grité, golpeando con el puño la mesa de conferencias—. ¡Cada pista perdida, cada descuido, todo nos está costando caro! ¿Están siquiera intentando encontrarla, o se conforman con dejar que nuestros enemigos nos superen?