Estaba sentada en el borde del sofá en la sala de estar cuando lo noté, el repentino y agudo jadeo de Marion.
Un momento, estábamos discutiendo tranquilamente los eventos del día, y al siguiente, se agarró el pecho, con los ojos abiertos de la impresión. Su rostro se contorsionó de dolor mientras dejaba escapar un grito desgarrador.
En ese instante, el mundo a mi alrededor pareció hacerse añicos en fragmentos de pánico e incredulidad.
—¡Marion! —grité, saltando del sofá. Mi corazón latía con fuerza mientras corría a su lado, mis manos temblando. Ahora estaba doblado sobre sí mismo, cada músculo tenso de agonía, y sus ojos parpadeaban con dolor y terror.
—¡Belinda! —grité, con la voz quebrada por la desesperación—. ¡Llama a una ambulancia, ahora!
En cuestión de momentos, Belinda apareció desde el pasillo, con el rostro pálido de alarma.
—Selena, ¿qué pasó? —preguntó con urgencia.
—Su corazón —jadeé entre sollozos—. Está con dolor, un dolor muy fuerte.