Había estado siguiendo pistas sobre el paradero de Richard durante días, pero no había surgido nada concreto. El silencio en ese frente comenzaba a pesarme. Justo cuando me estaba preparando para profundizar más en el misterio, sonó mi teléfono. Era el padre de Adéle, Marcus Laurent. Su voz era aguda y urgente.
—Gonzalo, necesito que vengas a mi almacén, ahora —dijo—. Es en serio.
No perdí tiempo.
—Estaré allí en veinte minutos —respondí secamente.
Colgué e inmediatamente me subí a mi coche. Mientras arrancaba el motor, mis pensamientos se desviaron hacia Adéle. No podía evitar preguntarme si había corrido al lado de su padre llorando por mi comportamiento. No era la primera vez que lo hacía, pero honestamente, no me importaba mucho. Lo que tenía con Marcus era estrictamente negocios, negocios fríos y duros, mientras que mi tiempo con Adéle era solo placer. Odiaba mezclar los dos.