Había pasado toda la noche en mi oficina, estudiando detenidamente las notas esparcidas por mi escritorio.
Mis ojos se cansaron, pero no podía descansar hasta que le encontrara sentido al rompecabezas que tenía ante mí.
Hojeé páginas y archivos, tratando de conectar los puntos entre los nombres, fechas y rostros.
Entonces, de repente, lo entendí. El hombre que había visto en el club no era un extraño cualquiera.
Su rostro me resultaba familiar. Lo conocía de antes, tal como había pensado.
Mi corazón latía con fuerza mientras comenzaba a unir las piezas de lo que había descubierto hasta ahora.
Miré la fotografía descolorida que había guardado dentro de un cuaderno.
Allí, en la imagen borrosa de una habitación llena de gente, había un hombre con mandíbula fuerte y ojos hundidos.
Había visto ese rostro antes, tantas veces en los últimos años.
Mi mente corría mientras recordaba viejas memorias y pistas que había ignorado durante mucho tiempo.