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El lobo negro de ojos dorados observaba mientras Selene, Ivy, Jace y Rowan corrían en la noche. De sus heridas goteaba sangre, pero el dolor no era nada comparado con la ira que ardía en su corazón. Dante se dio la vuelta y corrió en dirección contraria con un gruñido que hizo temblar los árboles. Tenía que llegar al portal antes que ellos. Elara sonrió mientras añadía el último cristal al círculo en lo profundo de las cuevas de la montaña. La luz azul palpitaba como un latido y se hacía más brillante cada minuto. —¿Está todo listo? —preguntó su teniente, un perro con cicatrices llamado Kres.
—Casi —dijo Elara, y la luz del cristal brillaba en sus ojos—. Solo necesitamos nuestro ingrediente final - la sangre de la guardiana.
Kres hizo una mueca.
—La loba blanca escapó con su hermana.
La sonrisa de Elara no flaqueó.
—Vienen hacia nosotros. Todos ellos —tocó el amuleto alrededor de su cuello—. La trampa ya está preparada.