Llevando una chaqueta corta forrada de piel, los labios de Annie estaban pintados de rojo sangre. Entró bailando como si fuera la dueña del lugar. En su brazo iba un tipo que vagamente recordaba—Joshua, creo que se llamaba. Alto, musculoso, con una sonrisa burlona. Detrás de ellos venían otros cuatro tipos, todos ruidosos y arrogantes, sus risas resonando por el restaurante como mal tiempo.
Se deslizaron en una mesa de mi sección.
Greta estaba en la parte trasera con las entregas.
Respiré hondo. Podía hacer esto. Solo mantenerme profesional. Ser educada.
Me acerqué a su mesa, con libreta y bolígrafo en mano.
—Buenos días —comencé—. ¿Qué puedo serv
Annie me interrumpió.
—Vaya, vaya, vaya. Si es la Cenicienta de Emberfang.
No mordí el anzuelo.
—¿Puedo traerles algo de beber para empezar?
—Tomaré agua con gas —dijo con una sonrisa burlona—. Asegúrate de que el limón tenga exactamente tres centímetros de grosor. Tengo papilas gustativas sensibles.