Capítulo 5: Tres caminos al mismo acero

Alemania, 1936–1938.

Lukas Hoffner no quería ser soldado. Era conductor de camión entre pueblos bávaros, aficionado a la mecánica, la cerveza y las rutas que no salían en los mapas. Nunca pensó en vestir un uniforme negro. Pero una noche, en una inspección rutinaria en su pueblo, ayudó sin dudar a una patrulla SS a sacar un vehículo averiado de una zanja. Su eficiencia y obediencia llamaron la atención. Lo reclutaron para labores logísticas… y semanas después, ya marchaba en formación.

En sus primeros meses, Lukas no entendía el ceremonial ni el código. Pero en la pista de entrenamiento, ningún motor se resistía a sus manos. Y cuando se enteró de que se estaba formando una unidad de élite, pidió ser transferido. “No quiero desfilar. Quiero conducir donde nadie quiera ir.” Fue aceptado.

Helmut Krüger era más silencioso. En Düsseldorf, estudiaba telecomunicaciones. Le gustaban los códigos, la lógica, los aparatos. Cuando se anunció la posibilidad de servir en una unidad de élite, no dudó en ofrecerse como voluntario. El Reich necesitaba operadores, y él buscaba excelencia. No la política, pero sí el orden.

Fue aceptado tras un examen técnico riguroso y destinado a estaciones de escucha, donde demostró una capacidad excepcional para captar y decodificar señales. Su rendimiento atrajo la atención de un oficial superior, quien le ofreció la transferencia directa a la formación técnica de la Leibstandarte.

Ernst Vogel era músculo antes que ideología. Había trabajado como albañil en Bremen, y en su tiempo libre, boxeaba en combates sin licencia. Lo conocían en los muelles como "el martillo callado". Una noche, en una pelea en Hamburgo, su intervención salvó la vida de un oficial de las SS al que estaban asaltando. No dijo una palabra. Solo actuó.

Tres semanas después, recibió una visita inesperada. Le ofrecieron entrenamiento, comida caliente y una cama propia. Él respondió: "¿Hay trabajo duro?". Cuando le dijeron que cargaría acero y pólvora, sonrió. Fue el único de su promoción que completó los ejercicios con una lesión y sin quejarse. El instructor lo propuso directamente para la Leibstandarte.

Los tres se conocieron semanas después, en un barracón de entrenamiento. Venían de mundos distintos. Hablaban poco al principio. Pero al final del primer mes, compartían risas, ampollas… y una misma consigna:

"No somos elegidos. Nos forjamos."