—¡Desvergonzado! —reprendió Xu Mengyan, exasperada.
Zhang Yang no la complació.
—Si soy desvergonzado, que así sea. Ya que estás demasiado avergonzada, lo haré yo mismo.
Zhang Yang se había dado cuenta de que esperar que esta mujer abriera las piernas voluntariamente era casi ciertamente imposible.
Mientras hablaba, Zhang Yang colocó sus manos en aquellos muslos suaves y tiernos, empujando hacia arriba hasta que se deslizaron hasta las raíces de sus muslos. Presionó con fuerza, y Xu Mengyan gritó como si estuviera sorprendida, luego sus piernas se abrieron de par en par.
En un instante, aquel misterioso pequeño jardín quedó completamente expuesto ante los ojos de Zhang Yang.
En este momento, el corazón de Zhang Yang dio un vuelco, verdaderamente, lo inalcanzable siempre es inquietante.
Zhang Yang se sentía así ahora, ya que la zona privada de una diosa distante estaba completamente revelada ante él, llenándolo con una sensación de conquista.