Capítulo 5 — Bajo el mismo cielo, florecen promesas

Las semanas comenzaron a pasar con la cadencia de una canción tranquila.

Cada día, Tae-oh llegaba corriendo a la florería después del jardín. Traía hojas en el pelo, preguntas nuevas en la lengua, y siempre una flor que decía que había elegido “para su amigo Ji-ho”.

—Hoy es una margarita, porque me acordé de tu sonrisa —dijo una tarde, extendiéndole la flor aplastada y feliz.

Ji-ho no supo qué decir. Solo acarició su cabeza, y le enseñó a poner la margarita en agua tibia para que viviera un poco más.

Ha-joon empezó a aparecer con más frecuencia, aunque no decía mucho. A veces venía con herramientas, otras veces con pan casero que decía que “sobró”. Ji-ho ya sabía que no sobraba nada: era solo una excusa para compartir la tarde.

Un día, mientras los dos arreglaban la madera del patio trasero, la conversación se deslizó entre martillazos.

—¿Siempre soñaste con tener una florería? —preguntó Ha-joon, limpiándose el sudor de la frente.

—No. Soñaba con tener un lugar donde pudiera respirar sin miedo.

Ha-joon no dijo nada enseguida. Miró el cielo, luego a Ji-ho. Bajó la voz como si estuviera confesando algo muy íntimo:

—Yo soñaba con volver a confiar.

Silencio.

El martillo quedó a un lado. El viento pasó entre ellos, tibio, cómplice.

Ji-ho lo miró. Sus ojos eran como tierra húmeda después de la lluvia. Algo que quiere florecer, pero aún no se atreve.

—Quizás podamos intentarlo juntos —dijo en voz baja.

Ha-joon asintió, sin sonreír. Pero sus hombros se relajaron. Como si esa simple frase le hubiera dado permiso de quedarse un poco más.

Esa noche, Ji-ho anotó en su cuaderno:

“No todos los comienzos son ruidosos. Algunos solo requieren una taza de té, una risa tímida y un poco de tierra bajo las uñas.”