Capítulo 1: El susurro del otoño

El otoño llegó como un poema. Las hojas del pueblo comenzaron a vestirse de ocres y dorados, cubriendo las calles como si alguien hubiera esparcido retazos de sol. En la florería, Ji-ho preparaba nuevas coronas secas con crisantemos, eucaliptos y flores silvestres. La calma del lugar ya no le resultaba extraña: era suya.

Ha-joon pasaba más tiempo allí. Algunas mañanas, simplemente llegaba con dos cafés, se sentaba en silencio frente al mostrador, y observaba cómo Ji-ho trabajaba. No había prisa, no había necesidad de decir nada. Ambos entendían que estaban aprendiendo a respirar juntos.

Un día, Ji-ho decidió preparar algo especial: pajeon, una especie de tortilla salada, con vegetales del jardín. Tae-oh se sentó a su lado con un delantal demasiado grande, insistiendo en “ayudar”. Cortó mal las zanahorias, volcó un poco de harina, pero se rió con tanta dulzura que Ji-ho no pudo sino sentir que algo muy dentro de él se estaba curando.

—¿Puedo llamarte tío Ji-ho? —preguntó Tae-oh, con la boca llena.

El Omega se detuvo por un segundo. Luego sonrió y asintió.

—Claro que sí, pequeña tormenta.

Esa noche, mientras Ji-ho regaba las plantas bajo el cielo rojizo, Ha-joon se le acercó. No hablaban mucho de “eso” —de lo que estaban formando—, pero había algo en el aire.

—Tae-oh… no se ha sentido tan tranquilo desde que… desde hace mucho —dijo Ha-joon, sin mirarlo directamente.

Ji-ho sostuvo la regadera con ambas manos.

—Yo tampoco —respondió, suave.

Los ojos de Ha-joon se encontraron con los suyos. Fue solo un momento. Pero bastó.

Y así, como las hojas que caen sin hacer ruido, la relación entre ellos comenzó a cambiar. No con ruido ni promesas, sino con gestos: una taza de té caliente, una flor dejada en el mostrador, una mirada que decía “aquí estoy”.

El otoño apenas comenzaba… y algo hermoso estaba creciendo.