Capítulo 2: La visita

Era una mañana de sábado. El cielo amaneció nublado, pero la florería olía a canela y tierra mojada. Ji-ho había encendido una pequeña radio que dejaba escapar música instrumental mientras arreglaba un ramo para una clienta del pueblo.

Tae-oh dibujaba con crayones sobre una caja de cartón. Había hecho una “casa” para su flor favorita: una margarita que él mismo plantó y que llamó “Nube”.

—Tío Ji-ho, ¿puedo llevar a Nube a la plaza? —preguntó, como si se tratara de un cachorro.

Ji-ho sonrió. Iba a decir que sí… hasta que la puerta de la florería se abrió con un leve tilín.

Una mujer elegante, de unos cincuenta años, entró. Llevaba un abrigo claro, gafas de sol, y un perfume demasiado fuerte. Ji-ho se puso tenso.

—¿Ji-ho? —preguntó la mujer, quitándose las gafas. Su tono no era agresivo… pero era el tipo de voz que corta flores con tijeras frías.

Tae-oh miró al Omega con curiosidad.

—¿Quién es, tío?

Ji-ho tragó saliva.

—Mi madre.

La visita no fue larga, pero dejó un peso en el aire.

La mujer había venido a “ver cómo estaba” y a “preguntar si pensaba volver a la ciudad”. Pero cada palabra llevaba juicio disfrazado de interés.

Ji-ho se mantuvo firme, aunque por dentro el viejo dolor latía.

—Estoy bien aquí —dijo, mirando sus flores. No a ella.

La mujer suspiró.

—Pensé que este pueblo era un capricho temporal. Pero bueno… supongo que no puedo hacer nada.

Y se fue, como vino: sin abrazos, sin perdón.

Esa tarde, Ji-ho no dijo mucho. Se sentó en el banco del jardín, con las manos llenas de tierra y el pecho revuelto.

Ha-joon lo encontró allí. No preguntó nada. Solo se sentó a su lado. Luego, le pasó un termo con té.

—¿Todo bien?

Ji-ho asintió, apenas.

—A veces… hay raíces que duelen más que las que cortamos.

Ha-joon lo miró. No dijo nada, pero su presencia era un refugio.

Tae-oh llegó corriendo, con una hoja en la mano.

—¡Mirá, tío Ji-ho! ¡Es en forma de corazón!

El Omega lo abrazó con fuerza.

—Gracias, pequeña tormenta… me hacía falta algo así.

Y el silencio volvió. Pero esta vez, no era vacío. Era abrigo.