Capítulo 8: La verdad incomoda

Capítulo 8: La verdad incomoda

Ese día, la profesora Marta llegó con una sonrisa desafiante.

Traía una pregunta escrita en la pizarra:

“¿Vivimos en una sociedad justa?”

Silencio.

Solo el zumbido del ventilador llenaba el aula.

—"Vamos, participen. Es libre. Nadie va a ser juzgado", dijo Marta.

Mentira. Siempre somos juzgados. Por lo que decimos y por lo que callamos.

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Una chica levantó la mano.

—"Yo creo que sí. Hay oportunidades para todos. Solo hay que esforzarse."

Miguel bajó la mirada.

Yo me mordí la lengua. No por ella. Sino por la idea.

Porque es fácil decir eso cuando nunca te faltó nada.

Otro chico agregó:

—"La corrupción existe, pero no todos los políticos son iguales. Hay que confiar más en el sistema."

En ese momento, algo dentro de mí explotó.

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Levanté la mano. No esperé permiso.

—"¿Sabes cuál es el problema? Que la justicia es un lujo que algunos pueden pagar y otros no. Que hay niños muriendo de hambre mientras los senadores se suben el sueldo. Que el que roba pan para comer va preso, y el que roba millones sale en televisión como experto en economía."

La profesora me miró con atención.

No con molestia. Con interés.

Así que seguí:

—"Decimos que hay igualdad, pero si naces en el lugar equivocado, en el cuerpo equivocado o con el color de piel ‘incorrecto’, te van a mirar distinto toda tu vida."

—"¿Y qué propones?", preguntó Marta, cruzando los brazos. "¿Revolución?"

—"No. Propongo dejar de mentirnos.

Dejar de repetir que todo está bien solo porque no nos afecta directamente."

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Se armó un silencio denso.

Miguel me miraba como si estuviera viendo una versión mía que no conocía.

Otro alumno, irritado, lanzó una crítica:

—"Pero hay becas, hay ayudas. No puedes culpar al sistema de todo."

Respiré hondo.

—"No lo culpo de todo. Pero sí de algo que no tiene excusa: la indiferencia.

Porque hay recursos, sí. Pero están mal repartidos.

Porque mientras África muere de hambre, Occidente tira toneladas de comida.

Porque mientras se construyen estadios de lujo, hay escuelas con techos rotos y hospitales sin medicinas.

Y todos lo sabemos. Pero seguimos viviendo como si no fuera con nosotros."

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Marta se acercó al escritorio.

Apagó el proyector.

Y dijo algo que no esperaba:

—"Gracias por decirlo, Alexander. A veces los adultos dejamos de escuchar porque creemos que ya lo sabemos todo."

Y luego nos lanzó un desafío:

—"Elijan un problema social. Investíguenlo. Propongan algo.

No importa si es pequeño. No importa si nadie los escucha al principio.

Cambiar el mundo empieza por hacerse responsable."

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Esa noche, no pude dormir.

Porque por primera vez, sentí que mi rabia tenía dirección.

Y Miguel, al salir de clases, me dijo algo que no voy a olvidar:

—"Hoy, me hiciste sentir orgulloso de ser tu amigo."

Y eso, en un mundo lleno de ruido…

fue el silencio más hermoso que recibí.