-Aún no cumplo los 16 y ya siento como si mi vida hubiera pasado por esto antes- Nunca conocí a mis Padres y el amor de ellos nunca ha sido tan necesario como en esté momento-, el día de ayer, mientras veía las noticias miré por la ventana y descubrí esas extrañas Luces.
despertando en la humedad cálida de la selva de Yucatán. El orfanato, si es que se le podía llamar así, era una colección de cabañas rústicas pero robustas, entrelazadas con la propia jungla, protegidas por una magia antigua y sutil que ella, en aquel entonces, no comprendía pero que siempre la había hecho sentir... diferente, segura de una manera extraña. El aire olía a tierra mojada, a flores exóticas y al misterio de lo desconocido.
Se vio a sí misma, una Aria de quince años, con el cabello rojo ya una llamarada rebelde, sentada en la sala común del orfanato. Una vieja televisión, con una antena improvisada, mostraba con mucha estática las noticias de algún canal de Mérida: política, algún descubrimiento arqueológico menor, el clima... cosas mundanas que parecían de otro universo.
Pero su atención no estaba en la pantalla. Mientras medio escuchaba al presentador, su mirada se había desviado hacia la ventana, hacia la densa pared de vegetación que rodeaba el claro del orfanato. Y entonces lo vio. Primero, unas luces en el cielo, no estrellas, no aviones. Eran pulsaciones erráticas de un color imposible, como lágrimas en el tejido del amanecer que se filtraba entre las hojas. Luego, más cerca, en el límite del claro, extrañas presencias comenzaron a moverse, sombras que se deslizaban entre los árboles, demasiado altas, demasiado delgadas, o demasiado... incorrectas para ser animales o personas. Curiosamente, no le daban miedo. Una intensa, casi infantil, curiosidad la invadió. ¿Qué eran? ¿Espíritus de la selva de los que hablaban las ancianas del pueblo cercano?
Estaba tan absorta en el espectáculo prohibido que no sintió los pasos apresurados detrás de ella hasta que fue demasiado tarde.
"¡Cuidado, Aria!"
Un cuerpo chocó contra el suyo, haciéndola trastabillar. Era Raúl. El tonto chico que le gustaba tanto, aunque nunca se lo hubiera admitido ni a sí misma. Raúl, con sus diecisiete años, ya era musculoso y alto, con el cabello negro y rebelde y una sonrisa fácil que siempre lograba desarmarla. Un líder nato en el orfanato, el que organizaba los juegos, el que se enfrentaba a los matones, el que siempre parecía saber qué hacer.
Él también tropezó con ella, perdiendo el equilibrio por un instante. Sus manos se apoyaron en los hombros de Aria para no caer, y quedaron muy cerca, demasiado cerca. Aria sintió que el calor le subía al rostro, sus mejillas ardiendo. Levantó la vista y vio que Raúl también se sonrojaba, un rojo intenso que se extendía bajo su piel bronceada por el sol de Yucatán.
"Per... perdón, Aria," tartamudeó él, apartando las manos como si quemaran. "No te vi. Estaba... eh... buscando a la Hermana Isabel."
"No... no importa," logró decir Aria, sintiendo que su propia voz sonaba extraña.
Se quedaron así un instante, en un silencio torpe y cargado de la electricidad de una atracción adolescente no confesada. Él le sonrió de nuevo, esa sonrisa que hacía que su corazón diera un vuelco. "Bueno... nos vemos luego, ¿sí?" Y con una última mirada que Aria no supo interpretar, se dio la vuelta y corrió hacia la capilla del orfanato.
Aria se quedó allí, el corazón latiéndole con fuerza, una sonrisa tonta en sus labios.
en su mente con un eco de profunda y antigua tristeza, fue la última vez que lo vi.
El recuerdo de Raúl, de su sonrisa torpe y el rubor compartido, se desvaneció de la mente de Aria como la niebla matutina sobre la selva de Yucatán. Dejó tras de sí un eco de tristeza, una punzada por la inocencia perdida, y dio paso a otro recuerdo, más oscuro, más cargado de presagios, que marcó el verdadero fin de su niñez y el comienzo de su extraño destino.
Los días que siguieron a la desaparición de Raúl, pensó Aria, mientras observaba distraídamente a los demás chicos del colegio discutir en voz baja sobre antiguas leyendas estelares y locales, fueron un borrón de miedo y confusión en el orfanato. Las luces en el cielo y las sombras en la linde de la selva no habían regresado, pero una pesada capa de aprensión se había asentado sobre todos nosotros, los niños y los pocos cuidadores que quedaban.
Sus quince años, la sensación de aislamiento que se había vuelto casi física. Su magia, siempre un torbellino impredecible dentro de ella, parecía haberse vuelto más errática con la tensión, atrayendo las miradas asustadas de los otros huérfanos y la desconfianza de los adultos.
Fue entonces cuando apareció el ave.
No era un pájaro cualquiera de la selva yucateca. Era una lechuza, o lo que los mayas locales llamaban con un temor reverencial un ***Xo'ch'***. Enorme, de un plumaje oscuro como la noche sin luna, con unos ojos desproporcionadamente grandes que brillaban con una inteligencia antinatural, de un inquietante color ámbar, casi como los de Quetzal un antiguo brujo que aparecía en las leyendas del orfanato y que dotaba de poder a los mas poderosos brujos y magos oscuros.
Comenzó a aparecer con una regularidad que helaba la sangre. Se posaba en la rama más alta de la ceiba vieja que se alzaba en el centro del patio del orfanato, o a veces, de forma aún más perturbadora, en el alféizar de la ventana de la pequeña cabaña que Aria compartía con otras dos niñas. Siempre la observaba a ella, solo a ella, con una fijeza que parecía penetrar hasta su alma.
"¡Es un Xo'ch'!" susurraban los otros niños con terror, haciéndose la señal de la cruz o aferrando pequeños amuletos de semillas y conchas. "Un mal agüero, un pájaro de mal presagio. El Soch en Yucatán es un pájaro que anuncia la muerte, o una gran desgracia para la casa que ronda."
Aria, que había crecido con las leyendas mayas susurradas por las cocineras del orfanato y los viejos trabajadores de la selva, sintió un escalofrío profundo recorrerla cada vez que el ave aparecía. Su presencia era un manto de silencio y expectación. ¿Venía por ella? ¿Anunciaba su propio fin, o quizás el del orfanato mismo, ya marcado por la desaparición de Raúl y la visita de las extrañas luces y sombras?
Pero a pesar del miedo visceral que le infundían las historias y las miradas aterradas de los demás, había algo en la mirada penetrante de ese Xo'ch'... una inteligencia serena, una... espera paciente. Era como si el ave no fuera un simple presagio, sino un mensajero con un propósito.
Aria no estaba segura si recibir o no a ese pájaro que rondaba con tanta insistencia cerca de su casa, de su espacio. Una parte de ella, la niña asustada que solo quería ser normal, quería gritarle, ahuyentarlo con piedras, romper el hechizo de su presencia ominosa. Pero otra parte, la que había visto las luces en el cielo y las sombras en la selva, la que sentía el poder bullir incontrolable y a veces aterrador bajo su piel, sentía una extraña y peligrosa curiosidad. Sentía que el ave la llamaba, que tenía algo para ella.
Durante varios días, el Xo'ch' continuó su vigilia silenciosa. Aria evitaba su mirada, pero sentía sus ojos ambarinos sobre ella constantemente. Hasta que una mañana, al despertar, encontró algo en el suelo de tierra de su cabaña, justo debajo de la ventana donde el ave solía posarse.
Era un pequeño rollo de pergamino, de un material que nunca había visto, atado con un delgado hilo de plata que brillaba débilmente. Lo recogió con manos temblorosas. El Xo'ch' ya no estaba en la ventana.
Con el corazón latiéndole con fuerza, Aria deshizo el nudo. El pergamino se desenrolló solo, revelando una única y elegante runa dibujada con tinta que parecía brillar con luz propia. No era un lenguaje que conociera, pero al instante de verla, una comprensión floreció en su mente, como un recuerdo largamente olvidado.
Umbría.
No había más palabras, solo ese nombre, esa runa, y la sensación abrumadora de un llamado, de un destino que se abría ante ella. El miedo seguía allí, pero ahora estaba mezclado con una extraña y poderosa excitación. El Xo'ch', el pájaro de la muerte, le había traído no un final, sino el anuncio de un comienzo completamente nuevo y desconocido.
El Colegio Umbría de Artes Arcanas se alzaba sobre un acantilado azotado por el viento, una imponente estructura de piedra grisácea con torres que se retorcían hacia el cielo como dedos huesudos. No aparecía en ningún mapa, ni se podía llegar a él por medios convencionales. Solo aquellos con la "chispa", la predisposición a la magia, podían percibir el sendero oculto que serpenteaba a través del bosque encantado que lo rodeaba.
Aria, una joven de quince años con el pelo rojo fuego y una mirada inquieta, se aferró a la carta arrugada en su mano mientras seguía el sendero. La carta, que había llegado de la manera más insólita – entregada por una lechuza de ojos dorados que la había mirado fijamente antes de soltarla en su regazo –, la invitaba a unirse a Umbría. Aria siempre había sido diferente. Las cosas se movían a su alrededor cuando se enfadaba, las velas se encendían solas cuando estaba contenta y, una vez, había hecho florecer un rosal en pleno invierno. Nunca lo había entendido, hasta ahora.
El bosque, denso y silencioso, parecía observarla. Árboles con rostros tallados en sus cortezas susurraban a su paso, y extrañas luces danzaban entre las sombras. Aria, aunque asustada, sentía una extraña familiaridad, una sensación de pertenencia.
Finalmente, el bosque se abrió, revelando el colegio. Era aún más imponente de cerca, con gárgolas que la observaban desde los aleros y ventanas que brillaban con una luz misteriosa. Al cruzar el umbral, sintió una oleada de energía mágica que le erizó la piel.
Dentro, el colegio era un laberinto de pasillos sinuosos, escaleras que cambiaban de dirección y aulas llenas de objetos extraños: calderos humeantes, libros encuadernados en piel de dragón, esferas de cristal que mostraban imágenes del pasado y el futuro.
Aria fue recibida por la directora, una mujer alta y enigmática llamada Maestra Eleonora, con el pelo plateado recogido en un moño intrincado y ojos que parecían ver a través de su alma.
"Bienvenida a Umbría, Aria," dijo Eleonora, su voz profunda y resonante. "Aquí aprenderás a controlar y canalizar tu don. Pero ten cuidado, la magia es una fuerza poderosa y caprichosa. Requiere disciplina, respeto y, sobre todo, valentía."
Aria pronto conoció a otros estudiantes, cada uno con sus propias peculiaridades y talentos. Estaba Kaelen, un chico alto y delgado con el pelo negro azabache y la habilidad de controlar el viento; Lyra, una chica de piel oscura y ojos brillantes que podía hablar con los animales; y Finn, un joven robusto con el pelo rubio rojizo y una fuerza sobrehumana.
Las clases eran muy diferentes a cualquier cosa que Aria hubiera experimentado. Aprendieron a lanzar hechizos de protección, a preparar pociones con ingredientes exóticos (pelo de unicornio, lágrimas de fénix, escamas de basilisco), a leer runas antiguas y a controlar los elementos.
Pero la magia no era fácil. Los hechizos a menudo salían mal, con resultados cómicos o, a veces, peligrosos. Aria, en particular, tenía problemas para controlar su poder. Su magia era caótica, impredecible, como un río desbordado.
En una clase de Transfiguración, intentando convertir una pluma en una serpiente, Aria accidentalmente transformó al profesor, un hombre estricto pero en el fondo amable llamado Maestro Silas, en un sapo gigante. El caos resultante (y la posterior búsqueda del contrahechizo) se convirtió en leyenda en Umbría.
A pesar de sus dificultades, Aria amaba Umbría. Se sentía libre, aceptada, por primera vez en su vida. Había encontrado un lugar donde encajaba.
Pero la tranquilidad no duraría. Un día, una sombra oscura se cernió sobre el colegio. Extraños sucesos comenzaron a ocurrir. Objetos desaparecían, los hechizos se volvían contra sus lanzadores, y una sensación de miedo y desconfianza se extendió entre los estudiantes.
La Maestra Eleonora, preocupada, reunió a todos en el Gran Salón. "Umbría está siendo atacada," anunció, su voz grave. "Una fuerza oscura está intentando robar nuestra magia, nuestra esencia."
Se rumoreaba que un antiguo enemigo de Umbría, un hechicero exiliado llamado Malkor, había regresado. Malkor, consumido por la ambición y la sed de poder, buscaba la Piedra Lumina, un artefacto legendario que se decía que contenía la fuente de toda la magia de Umbría.
La Maestra Eleonora encomendó a Aria, Kaelen, Lyra y Finn una misión peligrosa: encontrar la Piedra Lumina antes que Malkor y protegerla a toda costa. La directora les proveyó un mapa críptico.
La búsqueda los llevó a través de pasajes secretos dentro del colegio, a través de bosques encantados y cuevas subterráneas. Se enfrentaron a criaturas mágicas peligrosas, resolvieron acertijos antiguos y superaron trampas mortales.
Aria, a pesar de sus miedos y dudas, demostró ser una líder nata. Su magia caótica, que antes era una desventaja, se convirtió en su mayor fortaleza. Su imprevisibilidad confundía a sus enemigos, y su intuición la guiaba en los momentos más difíciles.
Finalmente, llegaron a la Cámara Oculta, donde se encontraba la Piedra Lumina. Pero Malkor ya estaba allí.
El hechicero, alto y demacrado, con ojos llenos de una maldad fría, los estaba esperando. "Llegan tarde," dijo, con una sonrisa cruel. "La Piedra Lumina será mía."
Se produjo una batalla épica. Los hechizos chocaron, las paredes temblaron y la energía mágica llenó la cámara. Kaelen invocó vientos huracanados, Lyra llamó a las criaturas del bosque en su ayuda, y Finn luchó con una fuerza implacable. Pero Malkor era demasiado poderoso.
Aria, viendo a sus amigos caer uno por uno, se sintió invadida por una furia desesperada. Canalizó toda su energía, todo su miedo, toda su esperanza, en un solo hechizo. No fue un hechizo que hubiera aprendido en Umbría, fue un hechizo que surgió de lo más profundo de su ser, un hechizo puro y primordial.
Una ola de luz roja fuego salió de sus manos, golpeando a Malkor con una fuerza devastadora. El hechicero gritó, su cuerpo se desintegró en polvo, y la oscuridad que lo rodeaba se disipó.
La Piedra Lumina, que había estado brillando con una luz tenue, ahora resplandecía con una intensidad cegadora. Aria, exhausta pero victoriosa, se acercó a ella. No la tocó, simplemente la contempló, sintiendo la inmensa energía que emanaba de ella.
De vuelta en Umbría, Aria y sus amigos fueron recibidos como héroes. La Maestra Eleonora, con una sonrisa de orgullo, los felicitó por su valentía y su ingenio.
Aria, ya no la chica insegura que había llegado a Umbría, se había convertido en una hechicera poderosa y segura de sí misma. Había encontrado su lugar en el mundo, y había descubierto que su magia, caótica e impredecible, era la clave de su poder. La aventura no solo había salvado a Umbría, sino que la había transformado a ella. Y la escuela de magia, con todos sus misterios y desafíos, seguiría siendo su hogar, el lugar donde la magia, y la amistad, eran las lecciones más importantes de todas.
Oficina de la Directora, Escuela de Magia Umbría
La Maestra Eleonora, la respetada y formidable directora de Umbría, se encontraba en su estudio privado. La luz de la luna se filtraba a través de los altos ventanales góticos, iluminando los antiguos grimorios y los artefactos arcanos que llenaban la estancia. Hacía poco que la amenaza de Malkor, un hechicero renegado que había intentado desatar fuerzas oscuras, había sido neutralizada gracias al esfuerzo combinado de los profesores y los estudiantes más prometedores de Umbría.
Una joven Aria, de apenas quince o dieciséis años, acababa de salir de su despacho, su rostro aún iluminado por la felicidad y el orgullo de haber desempeñado un papel crucial en la derrota de Malkor, su poder caótico, por una vez, canalizado hacia un bien tangible. Eleonora la había felicitado, sintiendo esa mezcla de orgullo maternal y una pizca de temor ante el inmenso potencial que bullía en la muchacha.
Una vez sola, Eleonora activó un dispositivo de comunicación oculto, un disco de obsidiana pulida que flotaba sobre su escritorio y proyectaba una pantalla holográfica. En ella, apareció la figura imponente y radiante de un ser que ella conocía como el Comandante de los Umitas, sus supuestos benefactores y guías estelares. Era Amitiel, aunque en esta manifestación, su luz era más dorada y cálida, sus rasgos inhumanamente bellos suavizados por una expresión de serena sabiduría y benevolencia.
"Comandante," dijo Eleonora con profundo respeto, inclinando la cabeza. "Informe de la situación en Terra: el agente de disrupción conocido como Malkor ha sido neutralizado. Las energías caóticas que intentó desatar han sido contenidas por la acción de Umbría. La joven... el activo 'Aria'... demostró un potencial extraordinario y una sorprendente capacidad para canalizar energías que incluso nosotros apenas comenzamos a comprender."
En la pantalla de Amitiel, una sonrisa casi paternal pareció tocar sus labios perfectos. Su voz resonó en la mente de Eleonora, cálida y llena de una autoridad cósmica. "Excelente, Maestra Eleonora. Sabía que podíamos confiar en vuestra pericia y en la dedicación de Umbría. Todo iba conforme al plan."
Eleonora sintió una oleada de satisfacción. Servir a los Umitas, a estos seres de luz que habían llegado de las estrellas para guiar a la humanidad y protegerla de las verdaderas oscuridades del universo, era el mayor honor de su vida.
Amitiel continuó, su "voz" ahora adquiriendo un matiz más grave, más estratégico. "La derrota de peones menores como Malkor es necesaria, Maestra. Prepara el terreno. Cada pequeño brote de oscuridad que erradicáis con tanto celo, cada chispa de caos que Umbría combate y 'ordena' bajo vuestra sabia guía, en realidad sirve a un propósito mayor. Aunque no lo percibáis del todo, estas confrontaciones, estas 'victorias' sobre el mal localizado, generan una disonancia controlada, una inestabilidad sutil pero persistente en la Rejilla energética de vuestro planeta."
Eleonora frunció el ceño, intentando comprender la profundidad de la estrategia Ummita.
"Comprenda, Maestra," la voz de Amitiel era persuasiva, casi hipnótica, "que la verdadera amenaza para Terra no son estos hechiceros renegados o los cultos oscuros que brotan como mala hierba. Son las Grandes Entidades del Vacío, los Horrores Primigenios que duermen en las profundidades del cosmos y que anhelan devorar mundos enteros. Para que la humanidad desarrolle la fortaleza espiritual y la resiliencia mágica necesarias para resistir su eventual despertar o su influencia insidiosa, debe ser... probada. Templada en el fuego de conflictos menores."
"Vuestra misión, la sagrada tarea de Umbría bajo la guía de nosotros, los Umitas, es, por tanto, crucial," declaró Amitiel. "Debéis seguir siendo el faro que combate estas 'sombras menores', que expone la corrupción, que se enfrenta a la injusticia. Pero al hacerlo, al desatar el caos –un caos controlado, por supuesto, el que surge inevitablemente de la lucha constante contra el 'mal' percibido– esa era la única misión fundamental que os encomendé para Umbría. Este proceso, esta agitación constante, aunque dolorosa a corto plazo, purifica las energías del planeta, fortalece el espíritu de sus defensores, y lo más importante, eleva la vibración emocional colectiva, generando la energía necesaria para que nosotros, los Umitas, podamos erigir escudos cósmicos y defensas a una escala que aún no podéis imaginar."
La lógica era impecable, al menos para una Eleonora que había depositado toda su fe en estos seres. Eleonora, la maestra y directora de Umbría, confiaba ciegamente en ese plan maestro de los Umitas, en la aparente benevolencia de Amitiel. Creía firmemente que al fomentar estas luchas controladas, al "desatar" y luego "contener" el caos a través de las acciones heroicas de Umbría, estaba, en efecto, fortaleciendo a la humanidad, preparándola para una futura edad de oro bajo la sabia y protectora tutela de estos benefactores estelares que querían proteger a la Tierra de seres oscuros mucho peores, aquellos que estaban por acabar con todo lo bueno y que solo los Umitas, con su conocimiento cósmico, parecían comprender en su verdadera y aterradora totalidad.
No tenía forma de saber que el "Caos" que Amitiel le pedía que "desatara" y "gestionara" era precisamente el tipo de energía que alimentaría a su verdadero y monstruoso "hermano", Cthulhu. No tenía forma de saber que los "Umitas" eran una fachada de los Netlin Luciferinos, y que su "protección" era una forma de tiranía cósmica. Era un peón en un juego de dioses, creyendo luchar por la luz mientras, sin saberlo, araba los campos para la más profunda oscuridad.
Amitiel, desde su trono en el distante planeta Neptuno, sonrió al ver la devoción en el rostro holográfico de Eleonora. El plan, en efecto, marchaba a la perfección. Umbría era una herramienta invaluable. Y la joven Aria... ella también sería una pieza interesante en el gran tablero.