Oficina de la Directora, Escuela de Magia Umbría
La Maestra Eleonora, en la plenitud de su poder como directora de Umbría, se encontraba en su estudio privado. La luz de una luna arcana bañaba los tomos antiguos y los artefactos místicos. Acababa de despedir a una joven Aria, cuyo rostro aún brillaba con la inocencia y la euforia de una pequeña victoria mágica – quizás la contención de una entidad menor o la resolución de un acertijo arcano. La felicidad de Aria era un pequeño sol en el corazón de Eleonora.
Cuando la joven se marchó, Eleonora activó el disco de obsidiana en su escritorio. La figura alta y radiante de Amitiel, en su cuidadosamente cultivada apariencia como el benévolo Comandante de los "Umitas", se materializó en la proyección holográfica. Su luz era dorada, sus rasgos nobles, su voz una melodía de sabiduría cósmica.
"Maestra Eleonora," la "voz" de Amitiel resonó en su mente, cálida y paternal. "La joven Aria muestra un progreso admirable. Su poder inherente es... considerable, como bien sabes. Pero es una llama sin control, una tormenta sin timón. Necesita una prueba fundamental, un crisol que la fuerce a confrontar sus impulsos más primarios, a dominar las sombras que inevitablemente atrae un poder tan vasto y caótico como el suyo."
Eleonora escuchaba con la devota atención que siempre reservaba para su guía Ummita. "Comprendo, Comandante. ¿Qué sugiere su sabiduría?"
Amitiel pareció reflexionar. "Hay un artefacto de considerable poder en los subterráneos de Umbría... la Piedra Lumina, ¿no es así? Un nexo de energías puras y ancestrales, pero también, para un alma joven e indisciplinada, una tentación, un espejo de ambiciones y miedos." Hizo una pausa. "Su misión, Maestra Eleonora, si decides aceptarla por el bien de la muchacha y el futuro de Terra, es orquestar sutilmente, con la máxima discreción, las circunstancias para que Aria se sienta... compelida... a tomar esa Piedra. No por un acto de malicia inherente, sino por una necesidad percibida, quizás por un deseo desesperado de proteger a alguien, de comprender su propio poder, o incluso por una curiosidad insaciable que no pueda resistir."
"Este acto de aparente 'robo', esta transgresión a las normas de Umbría," continuó Amitiel con su tono de sabio benefactor, "la enfrentará directamente con sus propias sombras, con las consecuencias de sus acciones impulsivas. Así aprenderá a controlar sus impulsos y, al superar esta prueba autoimpuesta, esta catarsis necesaria, desarrollará un discernimiento y una fortaleza interior que asegurarán que nunga más pueda ser fácilmente engañada o manipulada por influencias oscuras menores que sin duda intentarán aprovecharse de su poder."
Pero en ese mismo momento, mientras Eleonora asentía, su corazón lleno de una mezcla de preocupación por Aria y gratitud por la guía de los Umitas, una corriente invisible y gélida de la verdadera energía Netlin de Amitiel, disfrazada de "luz Ummita" y sabiduría ancestral, comenzó a tejerse de forma aún más profunda en el aura de la Maestra de Umbría. Con cada palabra de supuesta guía, con cada proyección de falsa benevolencia, Amitiel no solo estaba planeando una prueba para Aria. Estaba, con una sutileza diabólica, comenzando a influir de manera más directa en la oscuridad latente de la propia Eleonora: en su creciente impaciencia con las limitaciones de la magia terrenal, en su secreta ambición de un poder que trascendiera lo conocido, en su frustración con las "lentas" tradiciones de Umbría. La estaba convirtiendo, hebra por hebra, sin que ella lo sospechara en lo más mínimo, en un peón más, infinitamente más valioso, controlable y maleable para sus vastos y desconocidos designios cósmicos.
"Para ayudarla en esta... delicada y crucial tarea pedagógica con la joven Aria," la voz de Amitiel era ahora pura benevolencia, "y para fortalecerla a usted misma, Maestra, contra las crecientes sombras que sabemos acechan a Terra y que solo los Umitas podemos percibir en su totalidad, le conferiré un... acceso más profundo a ciertas energías que nuestra raza ha dominado a lo largo de los eones. Considere esto un regalo, una herramienta para su protección y para el bien mayor que ambas, usted y yo, y todos los Umitas, tan devotamente servimos."
La "energía Ummita" que fluyó entonces hacia Eleonora a través del enlace holográfico no era la luz pura que ella creía. Era una forma diluida pero increíblemente potente de la magia Netlin de Amitiel, diseñada para amplificar sus poderes existentes, sí, para darle acceso a nuevas y asombrosas capacidades, pero también para hacerla más receptiva a su influencia, para atar su voluntad a la suya con cadenas invisibles de supuesta gratitud y poder compartido. Le estaba otorgando poderes más intensos, pero eran poderes con un precio oculto, con un propósito oscuro.
Sí, Maestra Eleonora, pensó Amitiel desde su distante ciudadela, mientras observaba a la directora de Umbría absorber con gratitud su "don" y aceptar con fervor su "misión". Todo por el bien mayor. Un bien mayor donde el Caos es una herramienta útil, el Orden una fachada conveniente, y todos los seres, eventualmente, se arrodillarán ante la Verdad Única que mi hermano Cthulhu y yo representamos. Estos son los cimientos que estoy construyendo pacientemente bajo la sombra, en nombre de los 'Umitas' y su supuesta y desinteresada benevolencia, para el advenimiento de Mi Orden Perfecto y Silencioso en Terra.
Eleonora, sintiendo el flujo de un nuevo y embriagador poder recorriendo sus venas, asintió con renovada y trágicamente equivocada convicción. "Así se hará, Comandante Amitiel," dijo con firmeza. "Por el futuro de Aria. Y por la salvación de Terra."
La imagen holográfica de Amitiel se desvaneció con una última sonrisa de aprobación. Eleonora quedó sola en su estudio, imbuida de un nuevo y terrible poder, y con una misión que creía noble y necesaria, sin saber que acababa de dar un paso crucial en su propio camino hacia la oscuridad de Nyx, y que su amada Aria estaba siendo utilizada como una pieza clave en el juego más antiguo y despiadado del universo. Los cimientos de Amitiel en la sombra, para su "bien mayor", estaban firmemente plantados.
La victoria sobre Malkor había traído paz a Umbría, pero en el corazón de Aria, una inquietud persistía. La Piedra Lumina, ahora segura en su cámara oculta, irradiaba un poder que la llamaba, una sirena mágica que perturbaba su sueño y sus pensamientos.
Durante las semanas siguientes, Aria se encontró a sí misma regresando a la cámara oculta una y otra vez. No tenía intención de robar la piedra, al menos no conscientemente. Simplemente se sentaba frente a ella, sintiendo su energía fluir a través de ella, alimentando su propia magia.
La Maestra Eleonora, con su aguda percepción, notó el cambio en Aria. La vio más distante, más reservada, con una mirada febril en sus ojos. La llamó a su despacho.
"Aria," dijo Eleonora, su voz suave pero firme, "siento una perturbación en ti. La Piedra Lumina... ¿te está afectando?"
Aria se mordió el labio, incapaz de mentirle a la mujer que le había mostrado tanta confianza. "No lo sé, Maestra," admitió. "Siento una conexión con ella, una... necesidad. No puedo explicarlo."
Eleonora suspiró. "La Piedra Lumina es una fuente de poder inmenso, Aria. Es natural que te sientas atraída por ella. Pero debes tener cuidado. Su poder puede ser corruptor, incluso para los corazones más puros."
Las palabras de Eleonora resonaron en Aria, pero no pudieron extinguir el fuego que la Piedra Lumina había encendido en su interior. La necesidad de estar cerca de ella se hacía más fuerte cada día.
Una noche, Aria se despertó sobresaltada, con el corazón latiéndole con fuerza. Había tenido un sueño, o más bien una visión. Había visto la Piedra Lumina en sus manos, sintiendo su poder ilimitado fluyendo a través de ella. Había visto un futuro donde ella, con la ayuda de la piedra, podía arreglar el mundo, eliminar la injusticia, curar las enfermedades, traer la paz verdadera.
La visión era tan vívida, tan real, que Aria no pudo resistirse. Se levantó de la cama, se vistió en silencio y salió de su habitación. La escuela estaba en silencio, sumida en la oscuridad.
Aria se movió como una sombra, guiada por una fuerza invisible. Llegó a la cámara oculta, desactivó los hechizos de protección con una facilidad que la sorprendió (la Piedra Lumina, incluso a distancia, parecía estar amplificando su magia) y entró.
La Piedra Lumina brillaba intensamente, como si la estuviera esperando. Aria extendió la mano, temblando de emoción y miedo. Al tocar la piedra, una oleada de energía la recorrió, mucho más poderosa que cualquier cosa que hubiera sentido antes.
Se sintió invencible. Se sintió divina.
En ese momento, Aria supo que no podía dejar la piedra. La necesitaba. No para sí misma, se dijo, sino para el bien mayor. Con la Piedra Lumina, podría hacer cosas increíbles, cosas que ningún otro hechicero jamás había soñado.
Con la piedra en sus manos, envuelta en un paño para ocultar su brillo, Aria salió de la cámara oculta. No se sentía culpable, no se sentía mal. Se sentía justificada.
Pero cuando estaba a punto de salir de Umbría, una voz la detuvo.
"Aria."
Era Kaelen. Estaba parado en medio del pasillo, bloqueando su camino. Sus ojos, normalmente llenos de humor, ahora estaban serios y tristes.
"¿Qué estás haciendo, Aria?" preguntó, su voz baja y ronca.
Aria no respondió. No podía. Las palabras se le atoraban en la garganta.
Kaelen se acercó a ella. "Veo la piedra, Aria. La has robado."
"No la he robado," dijo Aria, su voz sonando extraña incluso para sus propios oídos. "La he tomado prestada. La necesito, Kaelen. Para ayudar al mundo."
Kaelen negó con la cabeza. "No te engañes, Aria. La Piedra Lumina no es para que la use una sola persona. Su poder es demasiado grande, demasiado peligroso."
"Tú no lo entiendes," dijo Aria, con desesperación. "Puedo hacer cosas increíbles con ella. Puedo cambiar el mundo."
"¿A qué precio, Aria?" preguntó Kaelen. "¿A precio de tu alma?"
Las palabras de Kaelen la golpearon como un látigo. Aria se tambaleó, la piedra resbalándose de sus manos.
En ese instante, la Maestra Eleonora, Lyra y Finn aparecieron en el pasillo. Habían sido alertados por la magia de Kaelen, por su desesperada llamada mental.
Aria se vio rodeada, atrapada. La Maestra Eleonora la miró con una mezcla de decepción y tristeza.
"Aria," dijo, "entrega la piedra."
Aria miró a sus amigos, a su mentora. Vio la preocupación en sus ojos, el miedo, la traición. Y por primera vez en mucho tiempo, se vio a sí misma como realmente era: una ladrona, una traidora, una joven consumida por la ambición.
La visión que había tenido, el futuro glorioso que había imaginado, se derrumbó a su alrededor como un castillo de naipes. Se dio cuenta de que la Piedra Lumina no la estaba guiando, la estaba engañando. La había seducido con promesas de poder, la había cegado a la verdad.
Con lágrimas corriendo por sus mejillas, Aria recogió la piedra del suelo y se la entregó a la Maestra Eleonora.
"Lo siento," susurró. "Lo siento mucho."
La Maestra Eleonora tomó la piedra, su expresión sombría. "Esto tendrá consecuencias, Aria," dijo. "Has roto la confianza de Umbría, has puesto en peligro a todos."
Aria asintió, aceptando su destino. Sabía que había cometido un error terrible, un error que podría costarle todo.
Pero en el fondo de su corazón, una pequeña chispa de esperanza permanecía. Había sido salvada de sí misma, de la oscuridad que la Piedra Lumina había despertado en ella. Y aunque el camino hacia la redención sería largo y difícil, estaba dispuesta a recorrerlo. Había aprendido, de la manera más dura, que el verdadero poder no reside en la magia, sino en la amistad, en la lealtad, en la capacidad de reconocer los propios errores y aprender de ellos. Y esa, era una lección que valía más que cualquier piedra mágica en el mundo.