Los nuevos sirvientes de Eleonora

La batalla en la caverna subterránea fue cataclísmica. Eleonora, montada en Poimandres, desató un torrente de magia caótica, mientras que Eldrin y los Elfos Lunares luchaban con valentía, pero con creciente desesperación. La fuerza combinada del dragón primordial y la hechicera corrupta era abrumadora.

A pesar de su habilidad con la espada y su dominio de la magia lunar, Eldrin no podía igualar el poder destructivo de Eleonora y Poimandres. Sus hechizos de protección eran destrozados, sus contraataques desviados, y sus guerreros caían uno tras otro, víctimas de las llamas carmesíes o de las garras y colmillos de la bestia.

Eleonora, con una risa cruel, observaba la carnicería desde lo alto. Su ambición, una vez contenida, ahora se había desbordado, alimentada por el poder ilimitado del Caos. Ya no le importaba Umbría, ni los Magos Rojos, ni siquiera el mundo de la superficie. Solo le importaba el poder, el dominio absoluto.

"¡Ríndete, Eldrin!" gritó Eleonora, su voz amplificada por la magia. "¡Tu reino es mío! ¡Tu pueblo será mío!"

Eldrin, herido y exhausto, pero con la determinación brillando en sus ojos azules, se negó a ceder. "¡Nunca!" respondió. "¡Prefiero morir antes que ver a mi gente esclavizada por la oscuridad!"

Con un último esfuerzo, Eldrin lanzó un hechizo, una ráfaga de luz lunar que impactó directamente contra Eleonora. La hechicera, tomada por sorpresa, fue derribada del lomo de Poimandres, cayendo pesadamente al suelo.

El dragón primordial, rugiendo con furia, se giró hacia Eldrin, preparándose para aniquilarlo. Pero antes de que pudiera atacar, Eleonora se puso de pie, con el rostro desfigurado por la ira.

"¡No!" gritó. "¡Este reino es mío! ¡Yo daré la orden!"

Eleonora levantó sus manos, y un torrente de energía oscura salió de ella, envolviendo a Eldrin y a los Elfos Lunares que aún quedaban en pie. No era un hechizo de ataque, sino algo mucho peor.

Era un hechizo de dominación.

La magia caótica de Eleonora, amplificada por la cercanía de Poimandres, penetró en las mentes de los elfos, doblegando su voluntad, corrompiendo su esencia. Sus ojos azules, antes llenos de nobleza y determinación, se volvieron rojos, como los de Eleonora. Sus rostros, antes hermosos y serenos, se contorsionaron en muecas de crueldad.

Eldrin, a pesar de su poder, no pudo resistir la influencia corruptora. Sintió cómo su mente se nublaba, cómo su voluntad se desvanecía, cómo su propia magia lunar era reemplazada por la oscuridad del Caos.

Con un grito de agonía, Eldrin cayó de rodillas, convertido en un esclavo de Eleonora.

Los Elfos Lunares, ahora bajo el control total de la hechicera, se volvieron contra sus propios hermanos, atacando a los pocos que aún resistían la influencia del Caos. La batalla había terminado. Eleonora había ganado.

Poimandres, con un rugido de triunfo, aterrizó junto a Eleonora. La hechicera, con una sonrisa triunfante, acarició el hocico de la bestia.

"Lo logramos, mi señor," dijo. "El reino subterráneo es nuestro."

"Nuestro," corrigió Poimandres, su voz resonando en la caverna. "Y pronto, todo lo demás también lo será."

Eleonora, ahora la Reina Oscura del Subsuelo, se irguió sobre las ruinas de la civilización elfa. A sus pies, Eldrin, el noble rey, ahora un simple títere, la miraba con ojos rojos y vacíos. A su alrededor, los Elfos Lunares, convertidos en soldados sin mente, esperaban sus órdenes.

La ambición de Eleonora se había cumplido, pero a un precio terrible. Había sacrificado su alma, su humanidad, su propia redención, en el altar del poder.

Y desde su trono de sombras, Eleonora, la Reina Oscura, comenzó a planear su próximo movimiento. La conquista del mundo de la superficie. La destrucción de Umbría. La erradicación de toda resistencia.

La oscuridad, alimentada por el Caos y la ambición, se había extendido por el reino subterráneo. Y ahora, amenazaba con envolver al mundo entero. La victoria de Eleonora había sido completa, pero la guerra, la verdadera guerra, apenas comenzaba. Y esta vez, las fuerzas de la luz se enfrentaban a un enemigo mucho más poderoso, mucho más implacable, que cualquier cosa que hubieran imaginado.