En el Búnker Secreto Bajo los Alpes Suizos
En la opulenta prisión de mármol y acero bajo los Alpes, los trece hombres y mujeres que se consideraban los amos secretos del mundo observaban sus múltiples pantallas holográficas con una creciente sensación de impotencia y terror. La precaria calma que había descendido sobre la superficie tras el aparente repliegue de Cthulhu hacia la Tierra Hueca estaba siendo hecha añicos, no por erupciones de locura psíquica, sino por una visión mucho más clásica y, en cierto modo, más desconcertante: una oleada global de avistamientos de OVNIs.
"Informe de la Estación de Escucha Andina," anunció una voz sintética desde la consola central. "Múltiples objetos discoidales no identificados sobrevolando el Salar de Uyuni, patrón de vuelo errático, sin emisiones electromagnéticas detectables."
"Red del Pacífico Norte," añadió otra alerta, "formación triangular de origen desconocido detectada a gran altitud sobre la Fosa de las Marianas, rumbo este. Desapareció de los sensores tras emitir un pulso de energía desconocida."
"Londres, Moscú, Washington D.C., Pekín..." Lord Ashworth leía en voz alta los titulares de una fuente de inteligencia interna, su voz normalmente firme ahora teñida de una rara incertidumbre. "Avistamientos confirmados por múltiples agencias. Naves silenciosas, luces imposibles, objetos que desafían nuestras mejores estimaciones sobre propulsión aeroespacial. El pánico público está siendo contenido a duras penas con las narrativas habituales de 'globos meteorológicos' y 'fenómenos atmosféricos', pero la escala... la escala es sin precedentes."
Los miembros del consejo intercambiaron miradas cargadas de ansiedad. Habían jugado con fuerzas cósmicas, habían tirado de hilos que conectaban con entidades de pesadilla, pero esto... esto era diferente. Era una invasión, o una llegada masiva, de una naturaleza que no podían identificar ni controlar.
El Barón Von Hess, pálido y con los ojos hundidos, se agarró a los brazos de su sillón. "El Ojo..." susurró, su voz apenas audible. Recordó la confesión de Ashworth, la Entidad Primordial cuyo orden habían intentado suplantar con la locura de Cthulhu. "¿Es Él? ¿Ha regresado el Ojo que Todo lo Ve para reclamar lo que es suyo? ¿Para castigar nuestra arrogancia, nuestra transgresión al intentar reemplazar Su antiguo yugo con el de un horror del abismo?" El temor a una retribución divina, o al menos cósmica y ordenada, se apoderó de los Ancianos. Habían roto un pacto milenario, y ahora, quizás, el verdadero Amo regresaba para ajustar cuentas.
Alejandro Herrera, de la facción más joven, negó con la cabeza, aunque su propio rostro estaba tenso. "¿O es el Durmiente Profundo? ¿Cthulhu, al ver su poder desafiado en las profundidades por esos... Aluxes y los restos de Nyx, y en el espacio por las facciones de Lira, ha decidido convocar a más de sus parientes de otros vacíos? ¿Más horrores sin nombre para demostrar su poder absoluto y aplastar toda resistencia?" La idea de una nueva oleada de entidades lovecraftianas, aún más alienígenas y poderosas, era igualmente aterradora.
"No lo sabemos..." admitió Tanaka, el tecnócrata japonés, sus dedos volando inútilmente sobre su propia consola. "Nuestras redes de inteligencia están ciegas ante esto. Los perfiles energéticos no coinciden con nada en nuestros catálogos de amenazas conocidas – ni Netlin, ni las principales facciones de Lira, ni siquiera las emanaciones directas de Cthulhu que hemos aprendido a identificar. Es... nuevo. O muy, muy antiguo y muy bien oculto hasta ahora."
El consejo de los trece, los supuestos titiriteros del mundo, se encontraron de repente como niños asustados en la oscuridad. Habían manipulado gobiernos, economías, incluso la conciencia humana y los dioses olvidados. Pero esto... esto estaba más allá de su comprensión, más allá de su capacidad de influencia. Su poder terrenal, sus vastas fortunas, sus ejércitos secretos, todo parecía insignificante ante la llegada de estos silenciosos y enigmáticos visitantes de las estrellas.
"Hemos perdido el control del tablero," murmuró Lord Ashworth, la constatación final de su impotencia reflejada en sus ojos pálidos. "Solo podemos observar... y rezar a los dioses en los que nunca hemos creído que no hayan venido por nosotros."
En su búnker de lujo, rodeados de la más alta tecnología y las mayores riquezas del mundo, los trece hombres y mujeres más poderosos del planeta estaban completamente aterrorizados, reducidos a especular sobre la naturaleza de los nuevos horrores o los antiguos amos que ahora descendían sobre un mundo que ya se tambaleaba al borde del apocalipsis. Su reinado de sombras había terminado; ahora eran solo otra pieza en un juego cósmico cuyas reglas no entendían y cuyos jugadores eran infinitamente más poderosos.