La Oscuridad Mayor se ha ido de ella,

Santuario Élfico Lunar, Tierra Hueca.

El viaje a través de las tortuosas y oscuras profundidades de la Tierra Hueca había sido una prueba agotadora incluso para seres del poder de Morgana Le Fay y Sorcha de la Mano Carmesí. Llevaban consigo una carga preciosa y terrible: la forma inconsciente de Eleonora, despojada de la abrumadora presencia de Nyx, y la esencia parpadeante de un Poimandres críticamente herido, que Morgana contenía a duras penas dentro de una esfera de sombras y magia Fae. Seguían el débil rastro de energía lunar y la firma de los Aluxes, con la esperanza de encontrar un refugio o aliados.

Finalmente, tras atravesar una fisura oculta tras una cascada de cristales líquidos que emitían un suave fulgor plateado, emergieron a una vasta caverna iluminada por una suave y perpetua luz de luna, cuyo origen era un misterio. Ante ellas se extendía un pequeño y oculto reino: el último santuario de los elfos lunares que habían logrado escapar de la corrupción de Nyx y del posterior control de Cthulhu. No era una ciudadela imponente, sino una serie de viviendas arbóreas tejidas con enredaderas plateadas y hongos luminiscentes, y cuevas de cristal que pulsaban con suave energía curativa.

Pero la escena que las recibió no fue de paz. Se sorprendieron al ver solo a unos pocos elfos lunares, sus rostros pálidos y hermosos marcados por la fatiga y las heridas recientes. Llevaban vendajes improvisados de hojas plateadas y musgo brillante. Junto a ellos, descansaban o se movían con dificultad varias docenas de Aluxes, algunos con grietas en sus cuerpos de tierra, otros con su luz interna parpadeando débilmente. Claramente, habían regresado de una batalla terrible, o eran la retaguardia de una fuerza mayor aún en combate.

Al ver llegar a Morgana, una figura imponente de poder Fae Oscuro, y a Sorcha, cuya aura de Caos elemental era inconfundible, los elfos supervivientes se sobresaltaron, sus manos yendo instintivamente hacia las pocas armas que les quedaban. Los Aluxes, incluso heridos, se agruparon, sus pequeños ojos brillantes con desconfianza.

Entonces, vieron a la mujer que Morgana y Sorcha llevaban con cuidado entre ambas.

Sus ojos se clavaron en el rostro inconsciente de Eleonora. Era ella, la Maestra que los había guiado en su largo exilio subterráneo antes de que la sombra de Nyx la consumiera. Pero ahora... ahora era diferente. La energía opresiva y voraz de Nyx había desaparecido. La corrupción del Caos que había retorcido su ser se había atenuado hasta ser casi un eco doloroso. Lo que yacía allí era Eleonora, vulnerable, exhausta, despojada de su divinidad oscura.

Los elfos lunares, que habían sufrido tanto bajo el yugo de Nyx, se miraron unos a otros. Esperaban sentir el ardor del rencor, la amargura del repudio. Sin embargo, al contemplar el rostro pacífico, casi infantil en su inconsciencia, de la mujer que una vez había sido su esperanza, no pudieron sentir odio. Solo una profunda y abrumadora tristeza, y quizás, una extraña compasión. Esta no era la tirana que los había esclavizado y enviado a una muerte casi segura. Esta era la cáscara rota de alguien que también había sido una víctima.

Una elfa anciana, con cabello como la plata líquida y ojos que habían visto demasiadas eras de sufrimiento, se adelantó. Era una sanadora, sus manos aún manchadas con la savia luminiscente que usaba para curar. Miró a Morgana y Sorcha, luego a Eleonora.

"La... la Oscuridad Mayor se ha ido de ella," susurró la elfa, su voz como el susurro de hojas en un viento lunar. "O duerme profundamente, ahogada por el dolor. Lo que queda... es el espíritu de la Maestra que una vez conocimos... antes de que la Sombra del Vacío la reclamara." Hizo una pausa, luego miró a las recién llegadas con una dignidad cansada pero firme. "Vuestro viaje hasta aquí ha sido arduo, y traéis con vosotras a almas heridas." Abrió una mano hacia una cueva cercana, de cuyo interior emanaba una suave luz curativa y el aroma de hierbas subterráneas. "Pasen por favor. Abran paso al centro de sanación elfo."

Con una mezcla de alivio y sorpresa ante la inesperada acogida, Morgana y Sorcha llevaron a Eleonora al interior. Poimandres, o lo que quedaba de su esencia dracónica, fue depositado con cuidado en un nido de musgo brillante que parecía absorber parte de su energía caótica y errática.

Los sanadores elfos, ayudados por Aluxes que emitían suaves pulsos de energía terrenal, comenzaron a trabajar. Limpiaron las heridas etéreas de Eleonora con agua de manantiales lunares, aplicaron bálsamos hechos de cristales molidos y esporas de hongos curativos. Incluso intentaron estabilizar la fluctuante esencia de Poimandres, no con la esperanza de restaurar su poder caótico, sino de aliviar su agonía.

Morgana y Sorcha observaron en silencio. Habían encontrado un refugio, un respiro inesperado en el corazón de la Tierra Hueca. La batalla por la supervivencia continuaba en muchos frentes, pero por ahora, en este pequeño santuario de luz lunar y magia ancestral, incluso los más oscuros y heridos podían encontrar un momento de paz y la promesa de sanación. La pregunta era qué sucedería cuando Eleonora despertara, y qué papel jugaría, si es que alguno, en la guerra que consumía todos los mundos.