Santuario Élfico Lunar, Profundidades de la Tierra Hueca
Casi cuatro días habían transcurrido desde que Morgana Le Fay y Sorcha de la Mano Carmesí habían encontrado a la entidad conocida como Nyx, junto con un Poimandres casi disuelto, en las desoladas profundidades de la Tierra Hueca. Bajo el cuidado constante de los sanadores elfos lunares y la sutil energía reparadora de los Aluxes que habían regresado heridos del frente, un cambio asombroso había comenzado a manifestarse.
La transformación era lenta, casi dolorosa de observar. La opresiva y vasta oscuridad que había sido el manto de Nyx se retiraba gradualmente de Eleonora como una marea negra retrocediendo de una costa desolada. Donde antes había una majestad aterradora y una energía caótica que helaba el alma, ahora emergía una fragilidad, una vulnerabilidad casi humana, aunque teñida de la gracia etérea de su herencia élfica lunar. Su forma, antes imponente y afilada como la obsidiana, se suavizaba, perdiendo los bordes duros del Caos. El cabello, que había sido una tormenta de sombras vivientes, ahora caía más lacio, recuperando un color oscuro con apenas un destello de la plata lunar de su pueblo. Sus ojos, cuando se abrían brevemente, ya no ardían con el fuego rojo o el vacío negro de Nyx, sino que mostraban un gris tormentoso, nublado por la confusión y un dolor insondable.
"Cada día," le había comentado la anciana sanadora elfa, Lyraella, a Morgana con un asombro reverente, "un poco más de la Maestra Eleonora que una vez guio a nuestro pueblo en el exilio regresa. La Sombra Mayor, la que la devoró, se retira, como una bestia saciada que abandona a su presa creyéndola muerta."
Morgana y Sorcha, testigos de esta reversión casi milagrosa, se quedaban asombradas. Habían visto la magia del Caos corromper y consumir, pero raramente habían presenciado un retroceso tan fundamental, una aparente purga de una influencia tan primordial. Poimandres, a su lado, seguía siendo una vasta sombra herida, pero incluso su energía caótica parecía menos errática, más contenida, como si la transformación de su Heraldo lo afectara también.
A medida que Eleonora se recuperaba más, comenzaba a hablar en momentos de lucidez, su voz débil, apenas un susurro, pero inconfundiblemente la de la antigua Maestra de Umbría, no la de la Reina Oscura.
"El poder del Caos..." murmuró un día, sus ojos fijos en el techo de la caverna luminiscente, "es un océano sin fondo, Morgana, Sorcha. Te ahogas en su inmensidad creyendo que estás volando, que eres libre. Nyx... ella era la máscara que el Caos me obligó a llevar, o quizás... la máscara que yo misma elegí en mi ceguera, en mi arrogancia, en mi desesperado anhelo de un poder que creía que me protegería del dolor, de la pérdida..." Un estremecimiento la recorrió. "Recuerdo fragmentos... como una pesadilla febril, llena de sombras y gritos. El dolor que causé... las manipulaciones... la oscuridad que sembré..." Su voz se quebró. "No era yo... y sin embargo, llevaba mi rostro, usaba mis recuerdos como armas."
Pero entre estos fragmentos de autoconciencia y horror por sus acciones como Nyx, una preocupación dominaba sus pensamientos, una pregunta que repetía con una urgencia febril cada vez que sus fuerzas se lo permitían.
"Aria..." jadeaba, sus ojos buscando desesperadamente los de Morgana o Sorcha. "Mi Aria... ¿dónde está? ¿Está a salvo en ese... nido de avispas en Cancún? ¡Decidme, por favor! ¿Aún seguía viva cuando... cuando caí en la oscuridad del ataque de Cthulhu?"
La intensidad de su preocupación por la joven maga era una llama que parecía consumir su escasa energía. Se aferraba a la mano de Sorcha, sus dedos fríos y temblorosos. "Los Netlin... Amitiel... y esa abominación del abismo... ¡Todos la verán como una amenaza o como una herramienta! Su luz... la sentí cuando nuestras mentes se tocaron brevemente, antes de que todo se volviera oscuridad para mí. ¡Era tan brillante, tan pura... pero también tan terriblemente expuesta en vuestro mundo de la superficie!"
Morgana, con su astucia Fae, observaba la intensidad de Eleonora. Su preocupación por esta 'Aria', pensó, trasciende con mucho la de una simple maestra por una alumna destacada. Es... visceral. Primordial. Casi como el lazo que une a una loba con su cachorro. ¿Qué vínculo tan poderoso las une, un vínculo que ni siquiera el Caos pudo borrar por completo de Eleonora?
Sorcha, más directa y recordando quizás la devoción casi filial que la propia Eleonora le había inspirado en los primeros días del Círculo Escarlata, se atrevió a preguntar. "Eleonora, tu angustia por la joven maga es... palpable. Sí, es poderosa, sabemos que es crucial para la defensa de la superficie. Pero tu temor... parece el de una madre temiendo por la vida de su única hija en medio de una guerra."
Eleonora apartó la mirada, y una lágrima solitaria, la primera que veían en ella desde su despertar, trazó un surco en su mejilla pálida. "Ella es... más que una estudiante para mí, Sorcha," susurró con voz quebrada. "Es... todo lo que queda de una promesa que hice hace mucho tiempo. Una luz que juré proteger con mi vida, una luz a la que yo misma, como Nyx, le fallé de la manera más terrible."
Intentó incorporarse, una nueva y desesperada fuerza animando su frágil cuerpo. "Debo ir... debo llegar a ella. Debo advertirle... protegerla... antes de que sea demasiado tarde. Ella es la clave, ¿no lo entendéis? De una forma u otra, para la luz o para la oscuridad, ¡Aria lo cambiará todo!"
El misterio de la conexión entre Eleonora y Aria se profundizaba, pero la urgencia de la antigua Maestra era innegable. Había regresado del abismo del Caos, y su primer y más abrumador pensamiento no era sobre el poder perdido o la guerra cósmica, sino sobre la seguridad de una joven maga de cabello de fuego en la lejana y asediada Cancún. ¿Sería acaso Aria alguien tan profundamente especial para Eleonora, un ancla a la luz que la propia Eleonora había perdido y ahora, quizás, anhelaba desesperadamente reencontrar a través de ella, o al menos, proteger de la oscuridad que tan bien conocía? La respuesta parecía arder en la intensidad de su mirada recuperada.