En el epicentro de una guerra de dioses y monstruos

Base de Cancún, Quitana Roo México

El sol del mediodía caribeño golpeaba con fuerza el exterior de la base reforzada en Cancún, pero dentro, en las salas de mando iluminadas por el brillo frío de las pantallas holográficas y el resplandor de los artefactos mágicos, una oscuridad diferente se cernía. Drácula se había retirado a un rincón más sombrío, lejos del bullicio de los preparativos para la incursión en la Tierra Hueca, sus ojos rojos contemplando el distante horizonte marino donde Cthulhu había emergido y al que, según los Lireanos, había regresado a un sueño inquieto.

La reciente avalancha de noticias – la rendición de Amitiel, la precaria victoria de las facciones de Lira, la tregua forzada – había dejado un extraño vacío, una calma antinatural antes de la próxima e inevitable tormenta. Era en estos momentos de quietud impuesta que los pensamientos más profundos y perturbadores tendían a aflorar en su mente milenaria.

¿Qué está sucediendo realmente? se preguntó, la frase un eco silencioso en su conciencia. La pregunta no era sobre las tácticas inmediatas o las alianzas cambiantes, sino sobre la naturaleza misma de esta guerra. Hace apenas unos años, unas décadas – un suspiro, un parpadeo en la inmensidad de mi existencia – el mundo, en su brutalidad y sus pequeñas ambiciones, era... comprensible. Imperios mortales nacían y morían, las plagas barrían continentes, las guerras de hombres se sucedían con una monotonía sangrienta. Yo navegaba esas corrientes, un depredador supremo en un ecosistema predecible.

Suspiró, un sonido casi inaudible. Y ahora... ahora hemos participado, casi sin darnos cuenta de cómo llegamos aquí, en una guerra cósmica que desafía la razón. Dioses locos emergiendo de abismos olvidados, ángeles caídos dictando ultimátums desde los confines del sistema solar, razas estelares luchando por los despojos de imperios galácticos, y nosotros, los hijos de la noche de Terra, junto a magos y científicos mortales, atrapados en el epicentro.

Su mente se remontó al inicio de esta espiral de locura. A la llamada de Merlín.

Cuando el viejo mago me convocó, recordó Drácula, creí entender la urgencia, la naturaleza del conflicto. Eleonora, su antigua protegida, su brillante alumna, consumida por una oscuridad, convertida en Nyx, una amenaza para el equilibrio mágico del planeta. Un mal conocido, aunque formidable. Incluso consideré que Merlín, en su eterna y peligrosa fascinación por los límites del tiempo y la realidad, quizás había cruzado algún umbral prohibido junto a otros magos de su orden más secreta, atrayendo con ello alguna consecuencia inesperada, algún eco del Vacío.

Acepté su llamada. Sí, por nuestra extraña y antigua amistad de años, una reliquia forjada en eras olvidadas, en batallas contra amenazas comunes que ahora parecían juegos de niños. Y también, lo admito, por el desafío de enfrentarme a la poderosa Nyx, de poner a prueba mi propia fuerza contra la suya, de reafirmar mi lugar en la jerarquía de las sombras. Creí que era una guerra más, aunque una con un componente mágico particularmente virulento y personal para el viejo mago.

Un atisbo de su vida antes de esa llamada parpadeó en su memoria, una visión de una tranquilidad casi dolorosa en su contraste con el presente.

China... mi último refugio antes de esta locura. No era un castillo gótico en los Cárpatos, sino un palacio oculto, una joya de arquitectura imposible anidada entre los picos kársticos de Guilin, o quizás en un valle secreto cerca de los lagos de Hangzhou. Pagodas con tejados que parecían flotar, construidas con maderas oscuras y pulidas como el azabache, se alzaban entre jardines de una belleza sobrenatural, donde flores lunares brillaban con luz propia y cascadas de agua pura parecían desafiar la gravedad, fluyendo hacia arriba en ciertos momentos del ciclo lunar. Patios pavimentados con jade y obsidiana con incrustaciones de fragmentos de meteorito que captaban la luz de las estrellas. Su colección de arte abarcaba milenios, desde bronces de la dinastía Shang hasta caligrafías de maestros zen que contenían universos en un solo trazo.

Vivía en una... paz cultivada con esmero, recordó, y por un instante, la máscara de depredador se resquebrajó, revelando una profunda fatiga. Lejos de las intrigas ruidosas y vulgares de las cortes europeas, del hedor persistente de sus guerras interminables. Era un remanso de orden estético, de belleza contemplativa, de... una oscura y refinada serenidad.

Allí, él no era solo un exiliado o un monstruo legendario. Era un centro de un poder diferente, más sutil. Sí, era un gran líder a mi manera discreta, pensó. Un sol negro alrededor del cual orbitaban otros seres de la noche de Oriente, artistas humanos cuyo genio se alimentaba de la oscuridad y la belleza prohibida, filósofos taoístas renegados que buscaban la inmortalidad en sus formas más extrañas, e incluso algunos mandarines y comerciantes de la seda y las especias que buscaban mi 'sabiduría' ancestral o mi 'protección' sobrenatural a cambio de... servicios discretos y una lealtad inquebrantable.

Y lo dejé todo, la comprensión de ese sacrificio, visto ahora a la luz de la escala cósmica del conflicto actual, era casi abrumadora. Mis bibliotecas de conocimiento prohibido, acumuladas durante siglos. Mis jardines de placeres eternos y silenciosos. La intrincada y delicada red de influencia que había tejido con paciencia durante décadas en el corazón del Imperio Celeste... todo abandonado, todo desvanecido en un instante. ¿Por qué? "Solo por la llamada de Merlín. Una petición urgente, sí. Una vieja deuda de honor, quizás. La promesa de una batalla que él pintó como digna, como necesaria para evitar que un mal conocido consumiera la magia de Terra."

Drácula se irguió, las sombras en el laboratorio de Cancún pareciendo adherirse a él con más fuerza. La ironía era tan vasta como el cosmos. Había abandonado su paraíso de sombras y seda por lo que creía sería una purga necesaria, una danza familiar con un enemigo comprensible. Y ahora se encontraba en el epicentro de una guerra de dioses y monstruos, donde su propia y terrible evolución era solo una nota al pie en una saga de aniquilación universal.

Merlín... pensó con una nueva y fría claridad. ¿Sabías realmente la magnitud de lo que se avecinaba cuando me llamaste? ¿O fuiste tan ciego como yo, creyendo que podíamos simplemente podar las ramas de un árbol enfermo, sin darnos cuenta de que sus raíces se hundían en el corazón mismo del Vacío? La amistad de años, la lealtad, ahora parecían razones tan frágiles, tan ingenuas, para haber cambiado su existencia por este infierno de revelaciones y terrores sin fin.