Capítulo 9 — Cuando empieza de verdad

Campamento de reclutas, Galia Cisalpina — Semana 4

Llevaban semanas en el campamento. Cuatro, quizás cinco. Nadie lo sabía con certeza. El tiempo se había vuelto una secuencia de marchas, barro, órdenes secas y noches de dolor en silencio. El cuerpo ya no se quejaba: simplemente obedecía.

Sextus sentía los pies como madera, los hombros como piedra y la espalda como un mapa de moratones antiguos. Y, sin embargo, había aprendido a soportar. Como todos.

Habían cavado zanjas, levantado empalizadas, marchado con carga, arrastrado carros, limpiado letrinas, y soportado castigos colectivos por errores que no siempre habían cometido.Pero aún no habían empuñado una espada. Ni siquiera una de madera.

Hasta hoy.

La formación fue al amanecer. Una línea interminable de reclutas cubiertos de polvo, con los ojos hundidos y la piel quemada por el sol. Frente a ellos apareció, por primera vez desde su llegada, el centurión de su centuria.

Era un hombre de rostro seco, barba perfectamente recortada y una cicatriz que cruzaba su mejilla como si alguien hubiera intentado borrarle la expresión… y hubiese fallado. Su mirada era como una piedra que te juzga sin hablar. Su voz, sin embargo, no gritaba. Cortaba.

—Habéis sobrevivido a la etapa más fácil —dijo, caminando frente a ellos sin mirar a ninguno en particular—. Dormiréis poco, comeréis mal, sangraréis. Habéis aprendido a sufrir. Pero aún no sabéis luchar.

Se detuvo frente a Sextus. No le dijo nada. Solo lo miró como si lo estuviera midiendo.

—A partir de hoy —continuó—, empezaréis a entrenar con el rudis y el scutum. Aprenderéis a matar sin pensar, a defender sin miedo, a atacar sin compasión.Porque la legión no necesita hombres que piensen.Necesita hombres que vivan lo suficiente para obedecer.

Se giró y alzó un brazo. Detrás de él, aparecieron varios veteranos con el pecho marcado por cicatrices antiguas. Portaban los rudis de madera como si fueran reales, y los scuta de entrenamiento con los bordes astillados de tantos golpes.

Uno de ellos, más viejo que el resto, levantó la voz sin ceremonia:

—Uno por uno. Al poste. Quien no sangre… repite.

Los pali estaban alineados en fila, gruesos troncos clavados en el suelo, con marcas negras donde otros ya habían golpeado. Sextus tragó saliva.Ya no eran barro. Ya no estaban mirando.Ahora era su turno de moldearse.

—Que empiece la forja —dijo el centurión.

Y entonces sonó el primer golpe de rudis contra madera.Sordo. Firme. Irremediable.