Capítulo 10 — Jurar o morir

Campamento de reclutas, Galia Cisalpina — Final de la semana 5

El amanecer llegó sin cuerno. Por primera vez desde que estaban en el campamento, nadie les despertó a gritos. El silencio era más extraño que el ruido. Algo iba a suceder.

Fueron llamados uno por uno a lavarse, afeitarse y colocarse la túnica limpia. Les quitaron los rudis, los escudos de entrenamiento, y cualquier objeto que no fuera estrictamente reglamentario. Ni siquiera podían llevar la bolsa con sus cosas. Nada. Solo ellos.

Se les condujo en formación hasta una explanada abierta, junto a la empalizada este. Allí, frente a una plataforma de madera, les esperaba el aquilifer, portador del estandarte de la legión. A su lado, de pie y con las manos cruzadas a la espalda, estaba el centurión.

—Hoy —dijo el centurión, sin elevar la voz— ya no sois reclutas.Hoy os convertiréis en miles legionarii.Ya no os pertenece vuestra vida.Pertenece a Roma.A la Legión.A la muerte, si es necesario.

El aquilifer alzó el estandarte. El águila dorada brilló con la luz del sol naciente. Ningún pájaro cantaba. Ni el viento osaba moverse.

Uno de los suboficiales avanzó y recitó el juramento en voz clara, palabra por palabra, mientras los reclutas repetían en coro:

Iuro… me imperatori Caesari… fidelem futurum esse.Me comprometo a obedecer sus órdenes…a no abandonar mi estandarte…a no huir del enemigo…y a cumplir mis deberes…incluso si me cuesta la vida.”

Sextus repitió cada palabra como si estuviera labrando piedra.No entendía todo, pero comprendía lo esencial:desde ahora, era legionario.

No había aplausos. No había abrazos. Solo miradas tensas, respiraciones contenidas y una certeza compartida:

Ya no eran campesinos, ni ladrones, ni hijos de nadie.Eran soldados de la Legión XIII.

Cuando regresaron a la tienda, Marcus no decía nada. Titus se frotaba los ojos sin disimulo. Gaius, por una vez, parecía más serio que irónico.

Sextus se sentó despacio.Miró sus manos.Las alzó.Y murmuró:

—Ya no son mías.