La noche caía pesada sobre el bosque, pero la tensión en el aire parecía aún más densa que la oscuridad que los rodeaba. Togi respiró hondo, su corazón latiendo con fuerza mientras su mirada se clavaba en la figura oscura que emergía frente a él, una criatura que absorbía la luz a su alrededor como un agujero negro.
— Bueno, ¿qué tenemos aquí? — dijo con una sonrisa torcida, tratando de mantener la calma —. No es tan espeluznante cuando alguien está a punto de perder.
La criatura gruñó, extendiendo sus garras envueltas en sombras que parecían querer devorar todo a su paso. Togi esquivó torpemente, sintiendo el peso de sus propias inseguridades. Sabía que apenas comenzaba a comprender el alcance de su poder, y cada movimiento era un juego de equilibrio entre confianza y miedo.
— Vale, vale — murmuró —. Todavía estoy aprendiendo a no caerme de bruces en mitad de la pelea.
Sus manos comenzaron a brillar con un tenue resplandor estelar, una luz que no había sentido antes, pero que poco a poco iba despertando dentro de él.
El primer ataque fue débil pero certero. La luz impactó contra la sombra, haciendo que retrocediera unos pasos. Togi sonrió, satisfecho consigo mismo, aunque en el fondo sabía que no era suficiente.
— Esto apenas empieza — pensó —. No puedo permitirme flaquear ahora.
Desde un costado, la chica de cabello verde entonó una melodía que parecía envolver el bosque, sus notas suaves creando un escudo invisible que ayudaba a Togi a mantener la concentración. Sus ojos verdes brillaban con determinación.
— No estás solo — le dijo sin apartar la mirada de su guitarra —. Confía en ti mismo, Togi. Ya has recorrido un largo camino.
El sonido de la música le dio un impulso inesperado. Sintió que la energía dentro de él vibraba con más fuerza, como si las estrellas mismas estuvieran prestándole su luz.
El enemigo cargó de nuevo, más agresivo. Togi se movió con más agilidad, esquivando con mayor precisión y lanzando destellos de luz que ahora parecían tener más poder, aunque aún titubeaban.
— No voy a ser perfecto — admitió en voz baja —, pero cada vez soy un poco más fuerte.
De repente, un recuerdo emergió de su mente: la voz de un chico, distante y enigmático, advirtiéndole que estaba atrapado en una prisión invisible, un poder que lo mantenía atado sin que él lo supiera.
Ese pensamiento le heló la sangre, pero también le dio una nueva motivación.
— No voy a dejar que nada me controle — afirmó, apretando los puños.
Con un grito lleno de voluntad y determinación, Togi concentró toda la luz que pudo generar en una ráfaga que atravesó la sombra, dispersándola lentamente.
El silencio volvió al bosque, roto solo por el ritmo tranquilo de la guitarra.
Togi cayó de rodillas, exhausto pero sonriente.
— Todavía tengo mucho que aprender — dijo —, pero esta vez sé que no estoy solo en esta pelea.
La chica se acercó, ofreciéndole una mano para levantarse.
— Vamos, el camino es largo, pero cada paso cuenta.
Togi tomó su mano, sintiendo que aquella conexión era más poderosa que cualquier fuerza que pudiera tener.
— Sí — respondió —. Y esta vez, voy a iluminar mi propio camino, aunque la oscuridad quiera detenerme.
La luna brillaba más fuerte esa noche, como si reconociera la promesa silenciosa de un joven que, roto pero decidido, comenzaba a forjar su destino.